jueves, 25 de julio de 2013

Incertidumbre frente al tratamiento de niños autistas

Hace algunas semanas, fui invitado a participar en un centro en el que se brinda atención a niños diagnosticados con alguna de las variantes del Espectro Autista (según DSM IV TR, porque para DSM V la cosa cambia). Obviamente es una invitación que aprecié y acepté desde el primer momento, pero no sin que simultáneamente me invadiera la incertidumbre lógica de: ¿qué se busca en el trabajo psicológico con un niño autista?

En mi afán de responderme, me topé con un documental de Sophie Robert llamado El muro, o el psicoanálisis a prueba del autismo. El material es bastante ilustrativo, y la comprensión que cada quien alcance a partir de él es lo que divide a los profesionales entre defensores ú opositores del abordaje psicoanalítico de los niños autistas. Me parece esperable que, difícilmente, dos psicoanalistas concuerden exactamente en la explicación etiológica del autismo; y esto se debe, básicamente, a que cada uno trata a un sujeto diferente. Lo que se homogeniza es la técnica, no el paciente. Perder de vista esta cuestión elemental, en mi opinión, da origen a las más cruentas ofensas y controversias entre psicoanalistas y psicólogos/psiquiatras/médicos, innecesarias e infructuosas de desde su origen.

El psicoanálisis no descarta los aportes de la neurología (sería una terquedad, en estos tiempos, hacerlo); sin embargo pone el acento en otro sitio: en el punto en el que la patología deja de ser el denominador que homogeniza y el síntoma deviene en un recurso que individualiza:

El autismo no existe al nacer. Se lo fabrica. Es un proceso reactivo de adaptación a una dura prueba tocante a la identidad del niño. Un estado traumatizante que hace perder al bebé la relación afectiva y simbólica con la madre, impide su establecimiento sensorial. (Dolto, 1991, pp. 331-332).

Colaborar con la certeza de individualidad que un sujeto no ha encontrado, en menor o mayor medida, no representa sólo un empeño profesional, sino un compromiso humano; y me parece que eso es lo que ha de buscarse en el trabajo psicológico con un niño autista. Ya el tiempo y la experiencia dirán si es éste el camino, o si se debe buscar otro sobre la marcha.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.


REFERENCIAS

Boudry Maarten (2012) Derriban el muro: Psicoanalistas suprimen documental sobre autismo. Recuperado de http://circuloesceptico.com.ar/2012/02/psicoanalistas-lacanianos-censura-documental-autismo el 27 de mayo de 2013.

Dolto, F. (1991) La causa de los niños. México D. F.: Paidós.

Robert, S. (2011) El muro, o el psicoanálisis a prueba del autismo. Recuperado de http://www.youtube.com/watch?v=-yXGnPL39IA el 24 de mayo de 2013.


jueves, 18 de julio de 2013

"Comer" y "comida": dos cuestiones de implicación psicológica (II de II)

No es difícil toparse, en la vida cotidiana, con las diversas implicaciones psicológicas atribuidas al acto de comer y a la función de la comida. Cuando alguien muere, por ejemplo, los familiares del fallecido ofrecen comida a los visitantes por nueve días. En el ritual católico de la comunión, las personas que acuden se comen “el cuerpo y la sangre de Cristo”. Frente a una tristeza o una euforia, se bebe o se come. El enamorado le dice a su doncella que se la “comerá” a besos. Y podrían citarse más.

En los inicios de la vida el bebé goza a través de la boca; no resulta extraño, entonces, notar que los juegos y cuentos de la infancia están íntimamente influidos por la pulsión oral: casi siempre, puede observarse, hay un hocico que amenaza con comer (en forma de lobo o de bruja), entonces el niño, para sobrevivir, tiene que ser lo suficientemente hábil para no ser devorado.

No obstante, y a pesar de la evidente oralidad de los primeros años, considero que es en la pubertad-adolescencia la etapa en que las ansiedades infantiles se vuelcan muy peculiarmente en el “trato” del sujeto con la comida. El adolescente es radical: o se vuelve un voraz, o deja de comer (total o selectivamente). Esta ambivalencia quizás evidencíe la complicación que para él representa pensar las pulsiones sexuales-genitales que lo invaden. Por un lado, irrumpe en él un deseo sexual poderoso que desea ser satisfecho (voracidad), y por el otro, aparece también una represión de igual intensidad dirigida específicamente en contra de la pulsión sexual (no “comerse” (sexualmente) a los animales, a la carne, a los lácteos, etc., que representan el cuerpo de la madre y el deseo incestuoso). De cómo el adolescente resuelva estas complicaciones, sin duda, dependerá su posterior y permanente relación con la comida.

Ya en la adultez, por otro lado, la oralidad remite a una búsqueda infantil de soluciones frente a las adversidades que se presentan: “El niño sólo acepta el abandono de la dependencia oral si puede encontrar seguridad en la creencia realista –o, lo más probable, exageradamente fantástica- de que su cuerpo y sus órganos harán algo por él.” (Bettelheim, 1988, p. 265). En la cultura mexicana, por ejemplo, el alcohol, las groserías y los albures, son recursos orales que el adulto emplea recurrentemente.

La “comida” es, en conclusión, uno más de los destinos que las proyecciones encuentran en el mundo externo. “Comer” sería, entonces, la relación que con la comida se establece. Quizás cuando aprendamos a tomar en cuenta esto, y las ideas que de este entendimiento se desprenden (la implicación erótico-agresiva de la voracidad, de los atracones de comida, de la autoinducción del vómito, etc.) podremos comprender desórdenes sociales tan complejos como la obesidad, la bulimia o la anorexia; y sólo entonces, quizás, podamos organizar acciones que tiendan más a la comprensión y el acompañamiento (pecho bueno), y no a los juicios y las persecuciones sin sentido (pecho amenazante).

Hasta el próximo jueves.



Psic. Juan José Ricárdez.




REFERENCIAS

Bettelheim, B. (1988) Psicoanálisis de los cuentos de hadas. México D. F.: Grijalbo.

jueves, 11 de julio de 2013

"Comer" y "comida": dos cuestiones de implicación psicológica (I de II)

Hace un par de meses, tuve oportunidad de asistir a una conferencia sobre obesidad a la que no estaba invitado. La exposición fue hecha por un alto cargo del Seguro Social en Oaxaca que, según percibí, tiene ya bastantes años preocupado por esta cuestión (mucho antes de que el tema se pusiera de moda por los datos que hacen de México un puntero en estos asuntos). Habló de los programas que ha implementado la institución a la que él pertenece, e incluso nos contó que él mismo ha sido impulsor y operador de varios de ellos. Mostró también estadísticas y datos acerca de la magnitud del problema en México y en Oaxaca.

No obstante, y a pesar de lo interesante e ilustrativa que resultó su exposición, lo que llamó principalmente mi atención fue la manera en que él mismo vive la obesidad. El médico en cuestión es un tipo obeso, bastante obeso de hecho y él mismo hizo notar esa curiosidad: “cuando me hablaron y me pidieron que viniera a hablar de obesidad, no sabía si querían que hablara sobre los programas ó si querían que diera un testimonio”, dijo al iniciar. Con un ritmo bastante cómodo para los que le escuchábamos y una claridad envidiable, desarrolló el tema. Sin embargo, había algunos momentos que hacía comentarios que permitían vislumbrar algunas cuestiones que él mismo, quizá, no comprendía. De pronto habló de los psicólogos y obviamente mis antenas receptivas atendieron especialmente. Evidenció un cierto descontento con la labor de estos profesionales diciendo, en primer lugar, “yo le he preguntado a varios por qué aparece la obesidad, a qué se debe, y ni ellos mismos pueden ponerse de acuerdo”, y más tarde, hablando de su caso particular, “yo mismo les he dicho que quién se avienta conmigo, que yo ofrezco una recompensa al psicólogo que pueda hacerme bajar de peso. Nadie le entra, ninguno va a poder”.

Me parece, con todo esto, que una cuestión queda clara: La comida no es lo mismo para todos, y la acción de comer, mucho menos. ¿Qué representa para este médico comer?, ¿conocerá del erotismo caníbal asociado invariablemente a esta acción?, ¿le habrá explicado alguno de los psicólogos a los que acudió que también, desmembrando este acto, pueden rastrearse algunos afectos no elaborados de la infancia?

Trato siempre de no interpretar a sujetos que no están en tratamiento conmigo. Por eso, más allá de pensar en lo que mueve a este médico a desafiar a un sector específico de los profesionales de la salud de ese modo, quiero partir de su ejemplo para hablar un poco de lo que el “comer” y la “comida” podrían representar en nosotros, obviamente, sin que tengamos noticia de éllo.

Continuamos el próximo jueves.



Psic. Juan José Ricárdez.

jueves, 4 de julio de 2013

Inconvenientes del tratamiento psicológico

Quiero referirme, en esta ocasión, a los momentos en que, dentro de un tratamiento psicológico, el paciente intenta mover de su sitio al profesional que lo escucha (y que también le habla). No es un empeño poco frecuente; y mucho menos poco exitoso. Hace un par de meses, por ejemplo, me contaban de un colega al que su labor clínica le resultaba particularmente complicada por un motivo muy especial: era muy guapo. Según me explicaron, este psicólogo padecía, invariablemente, el acoso de todas sus pacientes femeninas. Suena cómico, pero me comentaban que él vivía esta situación con mucha angustia. Un buen día, dispuesto a hacer algo con la situación que le acontecía, tomó una decisión que pondría fin a toda esa calamidad: optó por transformar radicalmente su aspecto. Dejó de usar la formal vestimenta que acostumbraba, comenzó a adornarse con un peinado más desenfadado y hasta dejó de afeitarse.
No lo conozco físicamente como para juzgar los posibles alcances de su atractivo; pero quiero concentrarme en su situación, en su angustia y en la solución que encontró. De entrada, al pensar un poco en esto, no pude menos que recordar a Fromm cuando, refiriéndose a la transferencia, dentro de su Grandeza y limitaciones del pensamiento de Freud, dice: “Ningún analista puede ser lo suficientemente estúpido o carente de atractivo como para no producir este efecto en una persona, por otro lado inteligente, que no se tomaría la molestia de fijarse en él si no fuese su analista” (1991, p. 55). La situación analítica promueve, pues, este tipo de inconvenientes.
El psicólogo en cuestión seguramente no tiene muy claro este punto y esa es una franca irresponsabilidad suya. No obstante, lo realmente delicado, es que el suyo  no es un caso aislado. En otra ocasión, a un compañero de trabajo le sucedió algo similar. Tenía una paciente y todo parecía marchar bien, hasta que, un día, después de una sesión, ella le envió un mensaje que decía: “me gustaría seguir platicando contigo, pero ahora como amigos”. Él optó por cortar el tratamiento desde ese momento. Los psicólogos no hacemos prohibiciones ni otorgamos satisfacciones a nuestros pacientes. Sería injusto cobrarles por eso. Pero estas complicaciones, inherentes a todo tratamiento (no sólo psicológico) serían mejor entendidas si el profesional pusiera más atención a sus propios conflictos, ya que éstos entran en juego, invariablemente, en cada sesión psicológica.
El cocinero afila sus cuchillos, el conductor aceita su vehículo y el cirujano esteriliza sus instrumentos. La ética y eficacia de cada labor impone estas precauciones. ¿Qué habrá entonces de espeluznante en el psiquismo del ser humano como para que, en ocasiones, el psicólogo sea el único que no trabaja en su mente?
Hasta el próximo jueves.

Psic. Juan José Ricárdez.


REFERENCIAS

Fromm, E. (1991) Grandeza y limitaciones del pensamiento de Freud. México D. F.: Siglo veintiuno editores.