jueves, 19 de diciembre de 2013

Diciembre: en medio de separaciones y reflexión

Diciembre, como último mes del año, suele entenderse como espacio de reflexión entre dos momentos sobre los que nada puede hacerse: un año que termina, y un año que comienza. Diciembre es el tránsito de un instante a otra cosa; y al mismo tiempo el contenedor de las ansiedades que esto conlleva. Saber por qué diciembre irrumpe como lo hace en la emocionalidad de la gente, abarcando tanto el júbilo general como las melancolías (o depresiones) particulares, resulta sin duda una cuestión interesante.

Más allá de los factores bioquímicos o ambientales que puedan influir para que una persona la pase bien ó mal en estas épocas, consideramos que un factor determinante es la manera en que un sujeto ha vivido las separaciones a lo largo del año (o de su vida).

Ninguna separación es sencilla, pero el ser humano está expuesto constantemente a separaciones de todo tipo durante su vida: separarse de objetos, de personas, de lugares, de etapas de desarrollo, etc. Teóricamente sabemos que abandonar algo siempre implica dar cabida a otra cosa, a algo nuevo; o incluso se no dice que, de no darse el abandono de lo anterior, no podrá accederse a lo novedoso[1]. Pero si, pensándolo en este sentido, “avanzar” es lo que se busca, ¿cómo podemos explicar que las separaciones sean tan complicadas?, la respuesta implica la sencillez y dificultad propias de todas las cuestiones relevantes: más que con el objeto perdido (persona, lugar, etapa, etc.), los problemas de las separaciones tienen que ver con las atribuciones conscientes e inconscientes que una persona hace al mismo. Con respecto al esclarecimiento de los intrincados implicados en las relaciones  con el objeto, Grassano y otras (1995) dicen:

El encuentro con las verdades emocionales básicas, verdades acerca del desamparo, la indefensión, la posibilidad de odio y envidia hacia el objeto necesitado y, fundamentalmente, el arribo a la noción de diferenciación y ausencia, conllevan experiencias de dolor, que serán toleradas en grados variables. (p. 112)

Sólo la adquisición progresiva de la certeza de que cada sujeto está completo, independientemente de los objetos que le rodean o que le faltan, propiciará la recuperación. En eso consiste la vida, finalmente: en identificar los modos que tenemos de evitar entrar en contacto con nosotros mismos. El descubrimiento de los motivos reales de lo que nos duele, siempre es un proceso que duele más que el dolor mismo. Pero así son las cosas importantes, siempre conllevan una dosis de dolor necesaria para recordarnos que somos humanos, pero jamás la suficiente para olvidar lo increíble de serlo.

Diciembre, efectivamente, es un buen momento para reflexionar, igual que los otros meses, los otros días, los otros momentos.

Felices fiestas.

Hasta el jueves 9 de enero de 2014.


Psic. Juan José Ricárdez.


Referencias

Grassano, E. N., y otras (1995) El escenario del sueño. Buenos Aires: Paidós.




[1] Los escritores pueden dar cuenta de esta idea aplicándola al ámbito romántico: Fernando Delgadillo dice, en su canción Olvidar: “Si comienzo a recordar con la luz de tu milagro, no podría volver a amar”; y Ricardo Arjona en su canción Olvidarte: “Olvidarte es lo que espero para reanudar mi vida”.

jueves, 12 de diciembre de 2013

La rebeldía en los jóvenes (II de II)

A partir de esta inconformidad, el joven puede funcionar de dos modos: 1) puede replegarse en esa individualidad que aún desconoce (porque está en construcción) y cerrar las puertas al mundo con esfuerzos conscientes (como la reclusión en pandillas, en actividades individuales, en una actitud generalizada de hostilidad frente a los demás, etc.), o inconscientes como la producción de síntomas que le distingan y alejen de los demás (como signos depresivos, signos narcisistas, adicciones, etc.); o 2) acceder a un camino de autoconocimiento y autocomprensión que siempre requiere de la presencia de alguien más para desarrollarse. Esto puede ser a través de la psicoterapia, o de la realización de actividades que permitan al joven cotejar virtudes y carencias con respecto a lo que es (como actividades deportivas y culturales).

La mayoría de las personas sale avante de su juventud sin tener idea de lo que pasó. La comprensión del otro siempre será más saludable que los juicios (lo cual no implica estar de invariablemente de acuerdo con ese otro). Lo ideal, a mi parecer, es que un adulto salga de su juventud con una personalidad que oscile entre las dos opciones de funcionamiento juvenil que hemos mencionado; es decir, un sujeto tendría que ser capaz de reconocerse como una persona individual, con intereses, virtudes y defectos propios; con derecho a un monto de privacidad en el que nadie más tiene derecho de acceso; pero al mismo tiempo, y tras la certeza de ser un sujeto irrepetible, sostener relaciones que no amenacen su desarrollo, además de una capacidad de elaboración de los problemas que si bien, no siempre pueden ser solucionados, siempre pueden ser pensados; y el desarrollo de esta capacidad colabora con un menor surgimiento de angustia frente a circunstancias difíciles. “Todos sentimos alguna vez la necesidad de huir de la realidad, o de otro modo no leeríamos nunca una novela, ni iríamos al cine, ni beberíamos un vaso de whisky” (Neill, 2004, p. 201); sólo cuando alguna de estas actividades solicita de nosotros una entrega exclusiva, mermando nuestra interacción social, podemos saber que algo no anda del todo bien.

Los jóvenes son rebeldes porque su naturaleza les exige serlo; no obstante, habrá que saber que algo de esa rebeldía se conserva en el adulto permanentemente. Quizás sean otros los escenarios (porque así debe de ser), pero la inconformidad siempre habrá de manifestarse. Sólo quien esté enterado de esto, y sepa observarse sin angustia, podrá ir por la vida con paso seguro. La rebeldía es sólo uno de los elementos de la personalidad, y habrá que entender que un joven está en proceso de acomodo de su personalidad y sus diversos elementos. Un joven está completo, pero su completitud no es definitiva; él no lo sabe, por eso el adulto será de gran ayuda si lo entiende y lo respeta como ser total: “la verdadera identidad se alcanza sólo después de haber dado vida y alimentado al ser que se llevaba en las entrañas: cuando el bebé succiona el cuerpo materno.” (Bettelheim, 1988, p. 329)

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.


Referencias

Bettelheim, B. (1988) Psicoanálisis de los cuentos de hadas. México D. F.: Grijalbo.


Neill, A. S. (2004) Summerhill. Un punto de vista radical sobre la educación de los niños. México D. F.: Fondo de cultura económica

jueves, 5 de diciembre de 2013

La rebeldía en los jóvenes (I de II)

Hace algún tiempo, fui invitado a un programa de radio a hablar sobre “la rebeldía en los jóvenes”. Comenté, de inicio, que este título representa para mí un pleonasmo puntual: no puedo pensar a un joven típico sin una dosis importante de rebeldía; ¿rebeldía frente a qué?, eso es lo de menos.

La rebeldía sin duda puede manifestarse de varias maneras. Considero, como regla general, que una persona que es consciente de lo que siente es más sana que quien manifiesta no sentir. Con la rebeldía (el deseo de rebelarse [¿o de revelarse?]) no es diferente. Si se es observador, pueden notarse, desde las etapas tempranas de la vida, manifestaciones rebeldes en los niños. Los síntomas que en ellos aparecen, muchas veces, son evidencia de un deseo de re(b/v)elarse. No obstante, es en la juventud (entendida como pubertad, pre-adolescencia, adolescencia y adultez joven) en la que esta rebeldía parece más difícil de manejar para quienes rodean a un joven.

Hay que explicar que todo tránsito de una etapa de la vida a otra implica un duelo insoslayable. Quizás la cultura de consumo que procura el éxito, el progreso, el avance, el ir hacia adelante, etc., no haga más que sesgar la certeza de que, avanzar, por mayores beneficios y satisfacciones que se obtengan, siempre implica abandonar una etapa, un lugar, o a algunas personas. De ahí que haya duelo. El joven abandona su cuerpo infantil y tiene que aceptar uno nuevo. Cuando habla de su descontento con los cambios físicos, lo bombardean con la psicología barata del “debes aceptarte y aprender a quererte”. Todo el mundo sabe que un amor verdadero requiere tiempo para su consolidación. El joven está inconforme; y lamentable/afortunada-mente, cuenta ya con recursos más eficaces que el niño para mostrar esa inconformidad; pero esas manifestaciones no son tan bien recibidas por el mundo, un mundo que piensa como adulto. Bettelheim (1988) dice:

Al final de la adolescencia, se necesita creer, durante algún tiempo, en la magia para compensar la privación a la que, prematuramente, ha estado expuesta una persona en su infancia debido a la violenta realidad que la ha constreñido. […] Muchos jóvenes que hoy buscan un escape en las alucinaciones producidas por la droga, que creen en la astrología, que practican “la magia negra”, o que de alguna manera huyen de la realidad abandonándose a ensueños diurnos sobre experiencias mágicas que han de transformar su vida en algo mejor, fueron obligados prematuramente a enfrentarse a la realidad, con una visión semejante a la de los adultos. (p. 72)

Es decir, si de por sí la interacción con ese nuevo ser que se está construyendo dentro de él es complicada, la visión se torna más tormentosa cuando el joven siente que no encaja con un mundo que, aunque teóricamente entiende su malestar, en la práctica sigue esperando algo distinto de él.

Continuamos el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.