viernes, 28 de febrero de 2014

Amor y odio

En algún lugar ha dicho Freud que “el amor y el odio son dos caras de una misma moneda”. Quizás esta idea es más ampliamente expuesta en su famosa correspondencia con Einstein conocida como ¿Por qué la guerra? (1932), realizada a propósito de la tristeza y decepción que la Primera Guerra Mundial había producido en ambos. Pero Einstein no es sólo un consultante de Freud, más bien es un interlocutor lúcido que también comparte al vienés sus propias conclusiones. Einstein explica a Freud que, para él, en todo hombre existe, naturalmente, el deseo de destruir, pero que este deseo se encuentra inactivo en épocas de calma, siendo sólo las épocas de crisis las que podrían hacerle surgir dando origen, incluso, a una psicosis de masas (Einstein, 1932).

Introduzco la percepción de Einstein (que finalmente no dista mucho de la segunda teoría de los instintos de Freud) para hacer patente que, para entender la complicada dinámica del alma, no es requisito ser un estudioso formal de la misma, sino un comprometido investigador de uno mismo.

La dualidad amor-odio resulta de una evidencia incuestionable. Uno de los dos sentimientos acarrea consigo, de manera invariable, dosis del otro. Siendo dos caras de una misma moneda, continuando con Freud, lo realmente diferente a ambos sería la indiferencia. La vida cotidiana no hace más que confirmar estas cuestiones. Si recordamos nuestra infancia, o somos observadores con los niños que actualmente nos rodean (lo cual siempre representa menores complicaciones emocionales que la primera opción), podemos observar que todos tienen un objeto predilecto, objeto que, generalmente, es un juguete. Los padres piden al niño que cuide a su juguete, pero todos sabemos que ése, el juguete favorito de un niño, generalmente es el más sucio y maltratado entre los que tiene. El adulto no se explica esto,” ¿por qué no lo cuida?” podría preguntarse equivocadamente ya que el niño efectivamente cuida lo cuida. El niño ve en su juguete al compañero de aventuras ideal, y como tal debe acompañarle en cada empresa. Las consecuencias de estas aventuras no representan un deterioro del valor atribuido al juguete, más bien, podría parecer que la suciedad y las descomposturas lo hacen más valioso. Un segundo ejemplo podríamos tomarlo de esas ocasiones en que el hijo se le pierde a la madre. Cuando ésta lo encuentra lo abraza y lo golpea casi simultáneamente. Le alegra haberlo encontrado pero le reclama su ausencia. Lo ama por estar y lo odia por haber desaparecido. Más allá de las implicaciones psicológicas de “la sorpresa”, es evidente que el amor y el odio siempre van juntos.

Por último, recurriremos a la famosa canción Ódiame cuya temática central es la ambivalencia que nos ocupa. Julio Jaramillo (autor de la canción) no fue psicólogo ni psicoanalista, pero hace gala de la misma virtud de todo genio: encontrar, a través de su arte, la manera de develar las verdades más profundas de la condición humana, aun cuando éste no sea su personal objetivo:

Ódiame por piedad yo te lo pido,
ódiame sin medida ni clemencia,
odio quiero más que indiferencia,
porque el odio hiere menos que el olvido…
Si tú me odias quedaré yo convencido
que me amaste mujer con insistencia;
pero ten presente, de acuerdo a la experiencia,
que tan sólo se odia lo querido.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.


Referencias.

CNCD (1980) Freud. México D. F.: Ciencia y desarrollo.

Pinkstrawberrypuding (2008) Julio Jaramillo --- Ódiame. Recuperado de http://www.youtube.com/watch?v=gFktUDrodYQ




jueves, 20 de febrero de 2014

La trata de personas: un acercamiento desde el psicoanálisis de la sexualidad infantil a partir de la presentación del filme "La verdad oculta"*

Para comenzar, es importante contextualizar la óptica desde la que se abordará el tema de la “Trata de personas” para que no existan sobresaltos al momento de escuchar algunas de nuestras conclusiones.

Sin duda, el abordaje de un tema tan complicado como el que en esta ocasión nos ocupa, requiere de una perspectiva multidisciplinaria profesional, en donde todas las aportaciones sean hechas con el objeto de colaborar en la comprensión total del fenómeno, y no para luchar por la propiedad de la vedad (lo cual de por sí ya sería una batalla perdida desde antes de salir al campo).

Para intentar comprender este fenómeno, y las implicaciones que la sexualidad tiene en la psicología de quienes lo han llevado a cabo, la referencia científica más ilustrativa es, definitivamente, el Psicoanálisis.

Se pretende pues, tomando como base la historia, imágenes y personajes de la película, comprender el surgimiento de esta práctica, a qué obedece la participación que cada elemento tiene en ésta, y ponderar, más allá de los juicios, la intervención de procesos psicológicos-sexuales que, si bien hacen de la Trata algo reprobable, son núcleos que están presentes en cada ser humano, y como tales, antes de ser satanizados, deben ser rigurosamente estudiados.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez López



*Ésta es sólo la introducción. El texto completo puede encontrarse en http://issuu.com/juanjoserl/docs/la_trata_de_personas__un_acercamien ó en http://www.slideshare.net/JuanJosRicrdezLpez/la-trata-de-personas-un-acercamiento-desde-el-psicoanlisis-de-la-sexualidad-infantil-a-partir-de-la-presentacin-del-filme-la-verdad-oculta

jueves, 13 de febrero de 2014

El terapeuta como lugar

La psicología comprende un espacio práctico que obliga al profesional a estar prevenido (con un arsenal teórico) que le facilite la comprensión de lo que acontece. El material surgido en sus tratamientos, puede ó no coincidir con la teoría que él tiene; pero para hacer esta evaluación el profesional debe tener eso, una teoría. Si el profesional, por otro lado, no tiene una teoría previa bien definida, los sucesos le tomarán desprevenido, impidiéndole entonces obtener información útil, o entender lo que sucede.

Una analista argentina dijo en una conferencia: “el psicoanalista no es una persona, es un lugar”, y más allá del sentido filosófico de esta sentencia, me interesa compartir sus alcances a través de anécdotas que, además, supongo han de haberle sucedido a varios colegas.

Si el psicoanalista es un lugar, entonces es asexuado, no tiene postura política ni religiosa, y lo que de su historia se sabe se remite a las suposiciones de quien le habita (porque quien habita, en este caso el paciente, ha llegado cuando ya este lugar está construido); y estas suposiciones, sin duda, deben ser empleadas para comprender, y explicar, las estructuras que las originan. Poco a poco, con este trabajo de comprensión-explicación, el paciente va adquiriendo la idea de que, efectivamente, ése que le escucha no tiene deseos de juzgarle, dirigirlo, ni cambiarlo; más bien representará un espacio psíquico (entre tantos otros), en el que él podrá ser. Al inicio de un tratamiento, hace algunos años, un paciente de 40 años me decía previamente a hablarme de una infidelidad cometida: “bueno, usted como hombre podrá entenderme”. Una paciente de 28 años con resistencias fuertes, a inicios de su segundo año de tratamiento iluminó el camino a seguir cuando me dijo: “usted nunca va a poder entender lo que le digo porque no es mujer”.


El consultorio psicológico es un escenario en el que una persona se descubre a sí misma a través de la interacción con otro. Ese otro, sin embargo, y en un primer momento, no es del todo visible para el paciente, y de esto puede desprenderse que el objetivo sea que el paciente, después de algún tiempo, sea capaz de diferenciar lo que el otro realmente es, y lo que él imaginaba que era. Finalmente, y no con poco trabajo, el paciente se dará cuenta de no hay nadie ahí, nunca lo hubo; y que eso fue, precisamente, lo que hizo tan duro el proceso. Sabrá pues, para decirlo de otro modo, que en el tratamiento siempre estuvo solo con sus fantasías, y que cuando logró entenderlas descubrió a alguien que nunca estuvo ahí, que siempre fue simplemente el terreno en que él disputaba consigo mismo; que el terapeuta no era alguien, era un lugar.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.