jueves, 27 de marzo de 2014

El tratamiento psicológico de los cercanos

Hace algunos días sucedió un evento que me hizo considerar un tema al que no le he dado las vueltas necesarias. Un amigo, y colega, me solicitó que lo tratara en psicoterapia. Mi respuesta inicial fue que no. No obstante, y movido por su insistencia, reflexioné un poco más y, finalmente, acepté.

Para la disyuntiva que supuso la propuesta de mi amigo sólo contaba con dos referencias: por un lado, mi propia experiencia intentando tratar a una muy buena amiga; y por el otro, una experiencia que Etchegoyen (1999) relata sobre cómo él trató a una amiga suya que, por cierto, también era psicoanalista. Mi experiencia databa de mis inicios como terapeuta. En aquel entonces, si bien mi técnica era rigurosamente apegada a la propuesta freudiana, el encuadre que manejaba era muy débil (cuando no nulo). No requería, según pensaba, de una entrevista inicial ni de un encuadre como tal; bastaba para mí con una pequeña explicación del trabajo a realizar al finalizar la primera sesión que, sin duda, tenía que ser ya de tratamiento. No avanzamos mucho aquella vez. La experiencia de Etchegoyen fue muy diferente. Se sabe bien que este psicoanalista se ha caracterizado por ser un importante estudioso de la técnica y un riguroso del encuadre. Frente a la solicitud de su amiga (y como lo hace siempre) dedicó el tiempo necesario a los detalles del encuadre. El tratamiento resultó favorable.

Me sorprendió que un psicoanalista aceptara tratar a alguien con quien mantenía una relación extra-clínica. Cuando mi amigo me hizo la solicitud, y la reflexioné a fondo (reflexión en la que sin duda mi mujer jugó un papel importante), recordé una ocasión en que un psicólogo al que le tengo mucha estima y admiración me dijo: “a veces me desespera poder haber ayudado a tanta gente, y no poder hacer algo por mi familia”, refiriéndose a la imposibilidad de tratar a familiares. Alcancé una idea que hasta entonces no había pensado (por básica que parezca): debe existir algún modo de poner el saber psicológico al servicio de las personas cercanas (familiares, amigos, etc.) en el marco de una experiencia clínica. Partiendo de mis dos referencias (la de mi experiencia tratando a una amiga y la de Etchegoyen tratando a su amiga y colega), pensé que la clave para hacer posible el tratamiento de los cercanos está en tomar en cuenta los siguientes puntos:
  •    La necesaria existencia de sesión(es) de encuadre y entrevista previas a las de tratamiento.([1])
  •              El imprescindible pago de honorarios.
  •           Cuando se trata a un conocido existen ya transferencias, por lo cual será determinante, más que estar a la expectativa de su aparición (como con un paciente desconocido), saber detectar su ubicación y movimiento (quién transfiere y quién contratransfiere y de qué modo antes de y durante el tratamiento).
  •           Facilitará el trabajo, en mi opinión, el acuerdo de un número definido de sesiones (en el encuadre); acuerdo que (junto con el de los honorarios) no podrá ser modificado en ningún momento del tratamiento bajo ninguna circunstancia.

Estas consideraciones, aunadas obviamente a las que se emplean con los pacientes desconocidos, favorecerán la relación terapéutica y facilitarán el establecimiento del trabajo psicológico.

Sobre los resultados del empleo de esta propuesta tendremos oportunidad de hablar más adelante.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.




Referencias

Etchegoyen, H. (1999) Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu.




[1] Esto es algo que considero necesario en el tratamiento de cualquier persona.

jueves, 13 de marzo de 2014

La postura política del psicólogo

La revolución de la esperanza (1968) es un texto que sin duda uno debe leer cuando tiene entre 17 y 19 años. Su espíritu inconforme y su propuesta humanista son muy necesarias en una edad en la que el sujeto está en una búsqueda de sí mismo; búsqueda que, no obstante, nunca termina, pero que en esa edad suele implicar el desecho de ataduras alienantes. Pero más allá del contenido del mencionado trabajo, mi interés es el de hablar, a partir de él, de un tema que me parece interesante: la postura política del psicólogo.

En el Prefacio a la edición en español, Fromm (1970, p. 7) comenta:

La presente es una edición revisada del libro original en inglés escrito hace dos años durante la campaña de McCarthy por la nominación presidencial, en la que participé activamente y no sin la esperanza de que McCarthy resultara electo Presidente y de que, como consecuencia de ello, la política de Estados Unidos cambiara de rumbo.

Me sorprendió sobre manera esta explicación; no porque piense que un psicoanalista (psicólogo, médico, etc.) no deba tener una postura política, sino por el hecho de que éste la haga pública y participe activamente en una campaña. No resulta éste un tema poco delicado, sobre todo si tomamos en cuenta que, más allá de la integridad ética de la que un sujeto pudiera jactarse, el apoyo público representa un tipo de favor que en algún momento será pagado. Leyendo a Fromm, uno podría presumir sin la menor duda que él no se prestaría a aceptar un “hueso” si el candidato que abiertamente apoya ganase la elección; pero sabemos que el sistema político devora a cualquier humano (por más humano que sea) con buenas intenciones. “¿Qué tendría que hacer pues el psicólogo con su postura política?” es la pregunta que me parece importante. Intentaré responder.

Lo que un psicólogo debe evitar, en mi opinión, tanto en política como en cualquier tema de incuestionable relevancia social, es caer en un entreguismo cómodo. La función del psicólogo es preguntarse “¿por qué?” siempre que se enfrente a una aparente certeza (y antes que ninguna otra a las que tienen que ver consigo mismo), y de éllo surge como consecuencia una responsabilidad ética. Un psicólogo tiene derecho a tomar la postura que mejor le parezca, pero tiene el imperante compromiso de descomponer esa postura hasta sus últimas consecuencias antes de adoptarla, y sobre todo, antes de hacerla pública. Un entreguismo ruin no hará más que generar una ideología que, como todas, coartará su creatividad.

En una entrevista le preguntan a Savater: “…en este último libro [Ética de urgencia (2012)] hay algunas opiniones que han llamado mucho mi atención. Parece como si Savater se hubiese “derechizado””, a lo que el filósofo responde:

Esa preocupación religiosa de salvar el alma, de que el alma tiene que salvarse sólo desde la izquierda y no desde la derecha, de que la derecha es el pecado y la izquierda es la salvación, sinceramente no me preocupa. Sobre todo hoy, cuando uno ha vivido lo suficiente como para conocer personas decentes de izquierdas y de derechas y canallas de izquierdas y de derechas. (2013, p. 14)

Pensar en términos de “bien y mal” gratuitamente es el verdadero pecado del psicólogo (y en general de cualquier ser pensante, de cualquier humano). Hoy, por lo menos en México, la moda es estar en desacuerdo, es apoyar a los periodistas y las publicaciones que incomodan al estado. Se habla de derechos humanos, se te indica que no veas a Televisa, se idolatra un movimiento estudiantil con el que no pasó absolutamente nada. No digo que nada de esto sea lo correcto (quién podría saber si lo es ó no), lo lastimoso es que la expectativa de cambio y mejoría hace que la gente se adhiera a cualquier discurso mesiánico sin atender sus justas dimensiones. En este ambiente político, es preocupante observar que los psicólogos aborden irreflexivamente barcos que no llevan dirección.

El psicólogo debe tomar una postura, es su responsabilidad; pero debe emplear las armas con que cuenta para no irse de bruces frente una realidad que lo desborda. Si después de una reflexión comprometida sobre aquello que apoya, y que necesariamente mueve algo de él en los terrenos más profundos, se decide por uno u otro candidato, uno u otro partido político, uno u otro esquema filosófico, etc., entonces habrá cumplido con su encomienda ética; sólo así podremos estar seguros de que quienes lo escuchen serán capaces de respetarlo y, lo que es más importante, de tomar su propia postura.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.




Referencias

Arnaiz, G. (2013) Fernando Savater. “A los jóvenes les debo la verdad”. Filosofía hoy, (18). pp. 12-15.
Fromm, E. (1970) La revolución de la esperanza. Distrito Federal: Fondo de Cultura Económica.


jueves, 6 de marzo de 2014

Psicoterapias de apoyo y psicoterapia psicoanalítica

La psicología es una ciencia que se ocupa del estudio del alma. Como en toda ciencia, este objetivo ha sido configurado, a través del tiempo, desde ópticas muy particulares. De esta dinámica de trabajo se desprende que hoy no puede hablarse de “la psicología”, sino más bien de “las psicologías”. Entendido así, podríamos decir que “una psicología” tiene que incluir tres aspectos para alcanzar su plenitud: una teoría de la mente (o del desarrollo), una teoría de las psicopatologías (o del conflicto psíquico), y un modelo de intervención (técnica psicoterapéutica). Nos ocuparemos, a continuación, de una clasificación inicial en dos grandes grupos que algunos psicoanalistas han propuesto (Coderch, 1990; Etchegoyen, 1999; Ramírez, 2006) para tener alguna luz en lo que a trabajo psicoterapéutico se refiere: las psicoterapias de apoyo y las psicoterapias profundas[1].

Comencemos explicando que la psicoterapia es:

Un tratamiento de naturaleza psicológica que se desarrolla entre un profesional especialista y una persona que precisa ayuda a causa de sus perturbaciones emocionales, se lleva a cabo de acuerdo con una metodología sistematizada y basada en determinados fundamentos teóricos, y tiene como finalidad eliminar o disminuir el sufrimiento y los trastornos del comportamiento derivados de tales alteraciones, a través de la relación interpersonal entre el terapeuta y el paciente. (Coderch, 1990, p. 53)

¿Qué hace pues la diferencia entre una psicoterapia de apoyo y la psicoterapia psicoanalítica?[2], intentaremos responder. En el ejercicio psicoterapéutico como tal, encontramos elementos cuya aparición fortuita o utilización intencional, determinarán, en gran medida, la certeza de que nos encontramos frente a una psicoterapia de apoyo o frente a la psicoanalítica. Estos elementos (Coderch, 1990) son:

a). Sugestión
El terapeuta pretende producir en el paciente determinadas ideas o comportamiento, o, en su defecto, hacer desaparecer ideas o comportamientos ya existentes.

b). Abreacción
Búsqueda de descarga emocional del paciente a través de la verbalización de circunstancias ligadas, consciente o inconscientemente, a hechos perturbadores.

c). Aconsejamiento
Se mezcla con la sugestión. Existen francas indicaciones acerca del camino a seguir por el paciente.
d). Confrontación
El terapeuta intenta dirige la atención del paciente  a conflictos que éste ha perdido de vista en un momento dado. Estos conflictos no son necesariamente de índole inconsciente.
e). Clarificación
Este término se refiere a que el terapeuta podrá trabajar con elementos conscientes y preconscientes de la emocionalidad del paciente.

f). Interpretación
Intervención verbal a través de la cual el terapeuta comparte al paciente las motivaciones inconscientes del comportamiento o las ideas que éste desconocía. La interpretación “señala siempre algo que le pertenece en propiedad al paciente, y de lo que él, sin embargo, no tiene conocimiento” (Etchegoyen, 1999, p. 287).

e). Regresión
Proceso a través del cual el paciente retrocede (no a nivel lineal ni cronológico, además de que no existe sugestión ni aconsejamiento del terapeuta) o reconstruye su historia para alcanzar una mejor comprensión de sí mismo. Este elemento hará su aparición sólo en la psicoterapia psicoanalítica ya que “el diseño de la situación analítica está configurado de manera que promueve regresión” (Ramírez, 2006, p. 133).


 













Otra noción que se impone para tener clara la diferencia entre psicoterapia de apoyo y psicoterapia psicoanalítica es la de los objetivos terapéuticos. Las psicoterapias de apoyo trabajarán decididamente para producir un “cambio” observable y hasta evaluable en el paciente. Para lograr esto emplearán la sugestión y el aconsejamiento.

Podrá decirse, entonces, que el éxito de una psicoterapia de apoyo estará definido en función de qué tanto el paciente se apega al comportamiento o pensamiento (dependiendo del modelo específico de trabajo) que el terapeuta ha planeado para él.
Para la psicoterapia psicoanalítica, en cambio, el éxito no es pensando en función de los cambios observables y evaluables, sino, inicialmente, en la clarificación de los conflictos profundos de la mente (el famoso “hacer consciente lo inconsciente” freudiano), y posteriormente en la búsqueda del desarrollo mental (Ortiz, 2011).

Resultaría ingenuo pretender ofrecer en esta exposición una radiografía completa sobre el modo de operar de las psicoterapias de apoyo y la psicoterapia psicoanalítica; pero consideramos que con lo dicho hasta ahora puede tenerse una noción básica de lo que implica cada una, y sobre todo de las diferencias sustanciales entre ellas.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.



Referencias

Coderch, J. (1990) Teoría y técnica de la psicoterapia psicoanalítica. Barcelona: Herder.
Etchegoyen, R. H. (1999) Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu.
Ortiz, E. (2011) La mente en desarrollo. Distrito Federal: Paidós.
Ramírez, S. (2006) Infancia es destino. Distrito Federal: Siglo veintiuno.








[1] De aquí en adelante tomaremos como representante de éstas últimas a la psicoterapia psicoanalítica.
[2] Es importante aclarar que los psicoanalistas han hecho notar la diferencia que existe entre una psicoterapia psicoanalítica y un psicoanálisis propiamente dicho. Para los fines de este trabajo, nos referiremos a psicoanálisis implícitamente cuando hablemos de psicoterapia psicoanalítica.