jueves, 19 de junio de 2014

Psicopatología de la vida futbolera: Óliver Átom (Parte II)

Por otro lado, además de sus rasgos autísticos (entre los cuales sobresale la relación de Óliver con su balón, al más puro estilo del “objeto transicional” de Winnicott) y desafiantes, son observables en Óliver signos narcisísticos claros (ya habíamos comentado un poco que el protagonista antepone su deseo al de el otro). Cuando parte en el camión de la mudanza, aparece una niña corriendo tras él gritando el nombre de Óliver (evidenciando el aprecio que por él experimenta), y él sólo le responde, sin nombrarla: “¡Adiós, despídeme de todos!”. Frente a la empatía mostrada por ella, Óliver responde con un mensaje objetivante: la utiliza para hacer algo que él no se tomó la molestia de hacer, “despedirse de todos”.

Una característica recurrente de los personajes protagonistas de las caricaturas japonesas (como Óliver de Súpercampeones, Gokú de Dragon Ball, o Seya de Caballeros del Zodiaco), es que suelen emocionarse ante la presencia de un oponente complicado. Parece imposible que resistan este tipo de desafíos, y aceptan gustosos las contiendas. Pensando esto a la luz del narcisismo, podríamos interpretar esto como un deseo de eliminar a aquel que podría robar la admiración de los otros. En muchas de estas series, el oponente poderoso, tras ser vencido por el protagonista, termina uniéndose al equipo de éste y reconociéndolo, finalmente, como su líder (como sucede con Benji y Steve de Súpercampeones, Pícoro y Vegueta de Dragon Ball, y Ioga, Shiru e Ikki de Caballeros del Zodiaco), con lo cual el narcisismo del protagonista no puede menos que robustecerse.

En Óliver, este narcisismo podría estar explicado, quizás, por la ausencia del padre:
Todo niño, para poder sostenerse en la vida, necesita estar en el deseo de alguien especial (alguien como un padre) que sea capaz de desearle que viva de acuerdo con su propia diferencia, capaz de reconocer lo incomparable que habita en él: en ese niño único. (Leal, 2011, p. 103)

Si no está presente la figura de identificación (por la cual el niño experimenta la admiración-envidia de sus cualidades), no queda otra opción que realizar, digámoslo burdamente, una identificación con uno mismo; o siguiendo al Freud de Introducción al narcisismo, si en lugar de la búsqueda de objeto para el depósito de la libido se dirigen todas las pulsiones al yo, tenemos un narcisismo patológico. Átom se admira a sí mismo, y al igual que con los protagonistas de caricaturas antes mencionados, podemos observar francamente en él la imposibilidad (inherente a todo ser humano) de admirar a alguien sin envidiar las dotes que dan origen a esa admiración[1].

Continuamos el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.



[1] Tema que abordamos más ampliamente en dos partes, en las entradas del 4 y 12 de abril de 2013, tituladas La envidia. http://psicotidianidades.blogspot.mx/2013/04/la-envidia-i-de-ii.html y http://psicotidianidades.blogspot.mx/2013/04/la-envidia-ii-de-ii.html respectivamente.

viernes, 13 de junio de 2014

Psicopatología de la vida futbolera: Óliver Átom (Parte I)

Quizás por liberarse en estas épocas la efervescencia futbolera, es que se me ha ocurrido hablar de este tema. Para la mayoría de mexicanos cuya infancia transcurrió durante los 90´s (época en que la serie llegó a México), hubo una caricatura que representó particular importancia: Súpercampeones (1981). La temática se centraba en las aventuras de un niño, Óliver Átom, que soñaba con ser futbolista y campeón de una Copa mundial con la selección de su país, Japón. Una historia desarrollada entre las complicaciones propias de la emocionalidad infantil del protagonista y los desafíos de perseguir su sueño futbolístico.

Hasta aquí todo sigue un curso normal: una caricatura pensada para niños y que promovía un deporte. No obstante, tiempo después, incluso posterior al de la trasmisión de versiones distintas de la serie, comenzaron a hacerse comunes varios rumores en torno a la historia que realmente encubría la caricatura; específicamente en lo referente a un supuesto final nada esperanzador para el infantil auditorio:

Oliver disputa el partido de la final de la Copa del Mundo: Brasil v/s Japón. Algo bastante posible dentro de la historia. Lo siniestro es que luego de que Oliver mete el último gol – que le da el triunfo a su país – despierta en un hospital diciéndole a su madre que había ganado el Mundial (recordemos que una parte de la aventura en Supercampeones son recuerdos de Oliver ganando partidos mientras está en una sala de urgencias).
Luego de esto, una imagen muestra a Oliver abrazándola de felicidad, pero, el detalle, es que él no tiene piernas: las perdió cuando era un niño y, entonces, recién estaría despertado del coma tras el accidente. Todo lo que ocurrió en la saga Supercampeones, es solo una realidad que Atom imaginó. (Creepypasta Wiky, ¿?).

No es mi intención debatir sobre la veracidad de este mito (en el sentido más respetuoso del término), sino hablar sobre las implicaciones psicológicas que aparecen en torno al tema.
En el primer capítulo de la serie titulado El desafío (2012) conocemos a Óliver y a su madre. Se sabe que el padre es un Capitán marino que, por su trabajo, está fuera de casa por períodos prolongados. Hablemos primero de la relación madre-hijo. Los primeros segundos de la serie hacen evidente la distancia (a nivel psíquico) entre Óliver y su madre. Las primeras palabras de la serie surgen de la madre y se dirigen a su hijo: “Óliver, ya nos vamos. ¡Baja!”, un mensaje destinado a incluir al otro. La escena inmediata nos muestra a un Óliver autístico (que no autista): solo, ensimismado y silencioso. Mira una imagen del último campeón de un Mundial mientras tiene bajo el pie un balón de futbol. Esta condición autística se confirma con las que serán las primeras palabras del protagonista en toda la serie: “Yo seré campeón del mundo algún día”. Es decir, la madre lanza un mensaje que pretende incluir al hijo, y Óliver responde con uno que no incluye a nadie más que a él. Inmediatamente, la madre vuelve a intentarlo: “¡Óliver, el camión está a punto de irse!”, pero el infante en lugar de responder a la madre que le habla, habla a su vez con su balón (objeto que no le habla ni le escucha): “¡Vamos balón, vuela!”. Partiendo de esta escena, podemos presumir que Óliver está regido por su propia ley: ante la instrucción de la madre, él parece identificarse con la labor gobernante (del padre que no está) y hace suyo el mandato para dirigirlo, finalmente, a otro que no puede oponerse ni rebelarse como él sí lo hace con la madre. Dicho de otro modo: Óliver no está dispuesto a ser gobernado, prefiere ser él quien gobierna sobre otro que no se rebela. Llegamos con esto a un detalle de la configuración familiar de Óliver: el padre no está.

Sabemos que la estructura psíquica encargada de oponerse a las pulsiones es el superyó; y si hubiera que explicarlo sencillamente, diríamos que el superyó es el representante, en el mundo interno, de las normas morales y culturales. El representante externo de estas normas, y que cumple su función opositora del goce durante el período que va de los tres a los cinco o seis primeros años de la vida, es el padre. El superyó es, pues, la ley del padre que uno mismo se impone. En Óliver no existe la ley del padre, sólo existe su propia ley. La función básica de la ley del padre es la adaptación, la inmersión soportable a una realidad que siempre frustra el goce.


Óliver no está dispuesto a soportar la frustración del goce, y de ahí el nombre el primer capítulo, El desafío. Óliver desafía a la realidad, a la madre, desafía a Benji Price (el mejor portero y por cierto mayor en edad que él y por quien evidencia la franca emocional ambivalente edípica: admiración por él y deseo de desafiarlo), y con éllo desafía permanentemente al padre.

Continuamos el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez. 

viernes, 6 de junio de 2014

El sobreviviente y sus opositores

Sin duda el 2012 es un año de particular relevancia en la historia de México. En ese año se llevó a cabo la etapa más intensa de la campaña presidencial; concluyendo finalmente en la elección de la máxima autoridad del país. Al principio del sexenio precedente, parecía que la contienda por la presidencia tenía a tres participantes a los que sólo una catástrofe quitaría del camino: Enrique Peña (Pri), Camilo Mouriño (Pan) y Marcelo Ebrard (Prd). El primero como emblema de lo que se denominaba “El nuevo Pri”; el segundo por ser de la más irracional confianza de Felipe Calderón, y el último por el inicial autodescarte de contender una vez más por la presidencia que había hecho Amlo, además de mostrar un desempeño satisfactorio en el gobierno del Df. Así las cosas las catástrofes sucedieron: Mouriño murió y Amlo dijo que siempre sí. El único sobreviviente de la terna inicial fue Peña.

Hago este burdo recuento para poder situarnos en donde estamos e intentar entender qué está pasando en México. Observado así, tenemos que si algún sobrenombre puede dársele a Peña es el de “sobreviviente”. ¿Pero cómo le ha hecho un sujeto para sobrevivir a un entorno que le es totalmente hostil?, y además, ¿cómo le ha hecho si desde la primera etapa de su campaña presidencia (es decir, desde que era gobernador del Estado de México) ha dado muestra de no ser un erudito?; sin duda la respuesta no está en el análisis de él, sino en el del pueblo que coincide con él en este espacio-tiempo.

Enrique Peña Nieto no es un hombre que tenga una inteligencia superior a la del mexicano promedio (y eso lo notan todos); pero habrá que decir que tampoco es menos inteligente que aquéllos que le atacan. Cada vez que encuentro en Youtube un video mostrando los errores de Peña, me pregunto: ¿en serio éste es el nivel de quienes quieren que no sea el Presidente? Comentan con efervescencia y claman Revolución. Después se van a dormir y siguen sin hacer algo.

Me atrevería a clasificar a los rebeldes en tres niveles actualmente:
  • 1.      El patético: compuesto por personas ignorantes que se entregan gratuitamente a la moda de atacar al Presidente (o a lo que sea). Si uno habla con ellos y les pregunta su objetivo, sin vergüenza dirán que es que Peña renuncie a su cargo. Sus acciones se limitan a emplear al máximo las redes sociales para su campaña. En resumen, ellos atacan a la persona.
  • 2.    El respetable: Sujetos mejor informados y de mayor inteligencia que entienden que el asunto no es hacer una campaña contra Peña; sino contra lo que él representa (como se cansó de explicarlo el movimiento #Yosoy132); a ese Pri y esa clase política que se asume como la punta de la pirámide social. Lo que no les permite avanzar (y que los hace ser sólo una estrella fugaz -como invariablemente iba a ocurrir con #Yosoy132-) es que sus acciones, al igual que las de los opositores del Nivel patético, se limitan a la explotación de redes sociales y medios virtuales. Por eso ante la amenaza de censura en internet se les acaba el mundo.
  • 3.       Los admirables: Son los que están en lucha permanente en contra no de una persona (Peña), ni de un partido (Pri), ni de una clase (políticos); sino de un sistema socio-económico-gubernamental. Sus acciones son permanentes y se llevan a cabo en la vida real. No sólo están en contra de algo, sino que tienen una postura frente a la vida. Ellos no tienen campañas, sino una forma de vivir. Son muchos, pero su convicción muchas veces les complica alcanzar acuerdos entre ellos. Hablando de México, El Ezln, los anarquistas, y en su momento los comunistas,  son los que mejor representarían esta categoría.
No es difícil adivinar en qué nivel está la mayoría de los mexicanos; y con éllo entender por qué es que un sujeto como Peña (y muchos otros de peor calaña tanto en la vida política como en la del mexicano de a pie) logra sobrevivir. En México una persona es capaz de reírse de otra si confunde los títulos y los autores los  libros (es decir, si evidencia que no lee), si confunde las capitales de los lugares, si no habla con pulcritud inglés, si es irrespetuoso en una ceremonia oficial, si pesan sobre él acusaciones de misoginia, si se equivoca frecuentemente en sus discursos públicos… ¿Es en serio?, no sé, el chiste se cuenta solo.

      Hasta el próximo jueves.



      Psic. Juan José Ricárdez.