El niño es un ser que nos permite observar el narcisismo humano con toda claridad. En una ocasión, me contaron de un niño de aproximadamente cinco años que admiraba a Spiderman, por lo cual, su madre le sugirió la opción de llevar a su fiesta de cumpleaños a un Spiderman de carne y hueso. Sorpresivamente para los presentes, el niño respondió a esta sugerencia que “no”. La madre extrañada, preguntó “¿por qué no quieres si tú quieres mucho a Spiderman?”, a lo que el niño respondió, “porque yo soy Spiderman.”
Soñar con que se es un ángel mensajero que tiene la misión de sacar de su letargo al pueblo, a los oprimidos, y demás, es común en la adolescencia, y obedece a mecanismos similares a los empleados por el niño de la anécdota anterior. Por otro lado, en la adultez, una idea de tales dimensiones pasa al nivel de las neurosis (o de las psicosis), y es que, al final, es importante hacer notar que estos ángeles-adultos generan grandes cargas de ansiedad (no procesada) por dos motivos: primero, porque se saben “eje de referencia” de muchos y consideran su labor y su presencia imprescindible para éstos, y segundo, porque este narcisismo, invariablemente, da origen a la producción de ideas paranoicas de menor o mayor grado.
Se sigue a un ángel mensajero porque los conflictos psíquicos infantiles son proyectados al mundo y demandan de éste una solución. Los ángeles mensajeros, si algo ofrecen, son soluciones, y además, soluciones en las que ellos realmente creen. Su convicción convence, pero esta convicción está basada, inconscientemente, en una negación de lo que sí es inherente a la especie humana: la duda. Por eso, ante ese “no sé” inconsciente, el ángel mensajero se protege afirmando lo contrario: “yo sé”. Es lo que pasa con el niño Spiderman, ante sus dudas acerca de quién es, se protege sabiéndose alguien más, pero no alguien cualquiera, sino alguien que “sabe” qué hacer y que lo hace bien.
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