En algún lugar ha dicho Freud que
“el amor y el odio son dos caras de una misma moneda”. Quizás esta idea es más
ampliamente expuesta en su famosa correspondencia con Einstein conocida como ¿Por qué la guerra? (1932), realizada a
propósito de la tristeza y decepción que la Primera Guerra Mundial había producido
en ambos. Pero Einstein no es sólo un consultante de Freud, más bien es un
interlocutor lúcido que también comparte al vienés sus propias conclusiones.
Einstein explica a Freud que, para él, en todo hombre existe, naturalmente, el
deseo de destruir, pero que este deseo se encuentra inactivo en épocas de
calma, siendo sólo las épocas de crisis las que podrían hacerle surgir dando
origen, incluso, a una psicosis de masas (Einstein, 1932).
Introduzco la percepción de
Einstein (que finalmente no dista mucho de la segunda teoría de los instintos
de Freud) para hacer patente que, para entender la complicada dinámica del
alma, no es requisito ser un estudioso formal de la misma, sino un comprometido
investigador de uno mismo.
La dualidad amor-odio resulta de
una evidencia incuestionable. Uno de los dos sentimientos acarrea consigo, de
manera invariable, dosis del otro. Siendo dos caras de una misma moneda,
continuando con Freud, lo realmente diferente a ambos sería la indiferencia. La
vida cotidiana no hace más que confirmar estas cuestiones. Si recordamos
nuestra infancia, o somos observadores con los niños que actualmente nos rodean
(lo cual siempre representa menores complicaciones emocionales que la primera
opción), podemos observar que todos tienen un objeto predilecto, objeto que,
generalmente, es un juguete. Los padres piden al niño que cuide a su juguete,
pero todos sabemos que ése, el juguete favorito de un niño, generalmente es el
más sucio y maltratado entre los que tiene. El adulto no se explica esto,” ¿por
qué no lo cuida?” podría preguntarse equivocadamente ya que el niño
efectivamente cuida lo cuida. El niño ve en su juguete al compañero de
aventuras ideal, y como tal debe acompañarle en cada empresa. Las consecuencias
de estas aventuras no representan un deterioro del valor atribuido al juguete,
más bien, podría parecer que la suciedad y las descomposturas lo hacen más
valioso. Un segundo ejemplo podríamos tomarlo de esas ocasiones en que el hijo
se le pierde a la madre. Cuando ésta lo encuentra lo abraza y lo golpea casi
simultáneamente. Le alegra haberlo encontrado pero le reclama su ausencia. Lo
ama por estar y lo odia por haber desaparecido. Más allá de las implicaciones
psicológicas de “la sorpresa”, es evidente que el amor y el odio siempre van
juntos.
Por último, recurriremos a la
famosa canción Ódiame cuya temática central es la ambivalencia que nos ocupa.
Julio Jaramillo (autor de la canción) no fue psicólogo ni psicoanalista, pero
hace gala de la misma virtud de todo genio: encontrar, a través de su arte, la
manera de develar las verdades más profundas de la condición humana, aun cuando
éste no sea su personal objetivo:
Ódiame por piedad yo te lo pido,
ódiame sin medida ni clemencia,
odio quiero más que indiferencia,
porque el odio hiere menos que el olvido…
Si tú me odias quedaré yo convencido
que me amaste mujer con insistencia;
pero ten presente, de acuerdo a la experiencia,
que tan sólo se odia lo querido.
Hasta el próximo
jueves.
Psic. Juan José
Ricárdez.
Referencias.
CNCD (1980) Freud. México D. F.: Ciencia y desarrollo.
Pinkstrawberrypuding (2008) Julio Jaramillo --- Ódiame. Recuperado de http://www.youtube.com/watch?v=gFktUDrodYQ
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