La psicología comprende un
espacio práctico que obliga al profesional a estar prevenido (con un arsenal
teórico) que le facilite la comprensión de lo que acontece. El material surgido
en sus tratamientos, puede ó no coincidir con la teoría que él tiene; pero para
hacer esta evaluación el profesional debe tener eso, una teoría. Si el profesional,
por otro lado, no tiene una teoría previa bien definida, los sucesos le tomarán
desprevenido, impidiéndole entonces obtener información útil, o entender lo que
sucede.
Una analista argentina dijo en
una conferencia: “el psicoanalista no es una persona, es un lugar”, y más allá
del sentido filosófico de esta sentencia, me interesa compartir sus alcances a
través de anécdotas que, además, supongo han de haberle sucedido a varios colegas.
Si el psicoanalista es un lugar,
entonces es asexuado, no tiene postura política ni religiosa, y lo que de su
historia se sabe se remite a las suposiciones de quien le habita (porque quien
habita, en este caso el paciente, ha llegado cuando ya este lugar está
construido); y estas suposiciones, sin duda, deben ser empleadas para
comprender, y explicar, las estructuras que las originan. Poco a poco, con este
trabajo de comprensión-explicación, el paciente va adquiriendo la idea de que,
efectivamente, ése que le escucha no tiene deseos de juzgarle, dirigirlo, ni
cambiarlo; más bien representará un espacio psíquico (entre tantos otros), en
el que él podrá ser. Al inicio de un tratamiento, hace algunos años, un
paciente de 40 años me decía previamente a hablarme de una infidelidad cometida:
“bueno, usted como hombre podrá entenderme”. Una paciente de 28 años con resistencias
fuertes, a inicios de su segundo año de tratamiento iluminó el camino a seguir cuando
me dijo: “usted nunca va a poder entender lo que le digo porque no es mujer”.
El consultorio psicológico es un
escenario en el que una persona se descubre a sí misma a través de la
interacción con otro. Ese otro, sin embargo, y en un primer momento, no es del
todo visible para el paciente, y de esto puede desprenderse que el objetivo sea
que el paciente, después de algún tiempo, sea capaz de diferenciar lo que el
otro realmente es, y lo que él imaginaba que era. Finalmente, y no con poco
trabajo, el paciente se dará cuenta de no hay nadie ahí, nunca lo hubo; y que
eso fue, precisamente, lo que hizo tan duro el proceso. Sabrá pues, para
decirlo de otro modo, que en el tratamiento siempre estuvo solo con sus
fantasías, y que cuando logró entenderlas descubrió a alguien que nunca estuvo
ahí, que siempre fue simplemente el terreno en que él disputaba consigo mismo; que
el terapeuta no era alguien, era un lugar.
Hasta el próximo jueves.
Psic. Juan José Ricárdez.
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