La revolución de la esperanza (1968) es un texto que sin duda uno
debe leer cuando tiene entre 17 y 19 años. Su espíritu inconforme y su
propuesta humanista son muy necesarias en una edad en la que el sujeto está en
una búsqueda de sí mismo; búsqueda que, no obstante, nunca termina, pero que en
esa edad suele implicar el desecho de ataduras alienantes. Pero más allá del
contenido del mencionado trabajo, mi interés es el de hablar, a partir de él,
de un tema que me parece interesante: la postura política del psicólogo.
En el Prefacio a la edición en español, Fromm (1970, p. 7) comenta:
La presente es una edición revisada del libro original en inglés escrito
hace dos años durante la campaña de McCarthy por la nominación presidencial, en
la que participé activamente y no sin la esperanza de que McCarthy resultara
electo Presidente y de que, como consecuencia de ello, la política de Estados
Unidos cambiara de rumbo.
Me sorprendió sobre manera esta
explicación; no porque piense que un psicoanalista (psicólogo, médico, etc.) no
deba tener una postura política, sino por el hecho de que éste la haga pública
y participe activamente en una campaña. No resulta éste un tema poco delicado,
sobre todo si tomamos en cuenta que, más allá de la integridad ética de la que
un sujeto pudiera jactarse, el apoyo público representa un tipo de favor que en
algún momento será pagado. Leyendo a Fromm, uno podría presumir sin la menor
duda que él no se prestaría a aceptar un “hueso” si el candidato que
abiertamente apoya ganase la elección; pero sabemos que el sistema político
devora a cualquier humano (por más humano que sea) con buenas intenciones.
“¿Qué tendría que hacer pues el psicólogo con su postura política?” es la
pregunta que me parece importante. Intentaré responder.
Lo que un psicólogo debe evitar,
en mi opinión, tanto en política como en cualquier tema de incuestionable
relevancia social, es caer en un entreguismo cómodo. La función del psicólogo
es preguntarse “¿por qué?” siempre que se enfrente a una aparente certeza (y
antes que ninguna otra a las que tienen que ver consigo mismo), y de éllo surge
como consecuencia una responsabilidad ética. Un psicólogo tiene derecho a tomar
la postura que mejor le parezca, pero tiene el imperante compromiso de
descomponer esa postura hasta sus últimas consecuencias antes de adoptarla, y
sobre todo, antes de hacerla pública. Un entreguismo ruin no hará más que
generar una ideología que, como todas, coartará su creatividad.
En una entrevista le preguntan a
Savater: “…en este último libro [Ética de
urgencia (2012)] hay algunas opiniones que han llamado mucho mi atención. Parece
como si Savater se hubiese “derechizado””, a lo que el filósofo responde:
Esa preocupación religiosa de salvar el alma, de que el alma tiene que
salvarse sólo desde la izquierda y no desde la derecha, de que la derecha es el
pecado y la izquierda es la salvación, sinceramente no me preocupa. Sobre todo
hoy, cuando uno ha vivido lo suficiente como para conocer personas decentes de
izquierdas y de derechas y canallas de izquierdas y de derechas. (2013, p. 14)
Pensar en términos de “bien y
mal” gratuitamente es el verdadero pecado del psicólogo (y en general de
cualquier ser pensante, de cualquier humano). Hoy, por lo menos en México, la
moda es estar en desacuerdo, es apoyar a los periodistas y las publicaciones
que incomodan al estado. Se habla de derechos humanos, se te indica que no veas
a Televisa, se idolatra un movimiento estudiantil con el que no pasó
absolutamente nada. No digo que nada de esto sea lo correcto (quién podría
saber si lo es ó no), lo lastimoso es que la expectativa de cambio y mejoría
hace que la gente se adhiera a cualquier discurso mesiánico sin atender sus
justas dimensiones. En este ambiente político, es preocupante observar que los
psicólogos aborden irreflexivamente barcos que no llevan dirección.
El psicólogo debe tomar una
postura, es su responsabilidad; pero debe emplear las armas con que cuenta para
no irse de bruces frente una realidad que lo desborda. Si después de una
reflexión comprometida sobre aquello que apoya, y que necesariamente mueve algo
de él en los terrenos más profundos, se decide por uno u otro candidato, uno u
otro partido político, uno u otro esquema filosófico, etc., entonces habrá cumplido
con su encomienda ética; sólo así podremos estar seguros de que quienes lo
escuchen serán capaces de respetarlo y, lo que es más importante, de tomar su
propia postura.
Hasta el próximo jueves.
Psic. Juan José Ricárdez.
Referencias
Arnaiz, G. (2013) Fernando Savater. “A los jóvenes les debo la
verdad”. Filosofía hoy, (18). pp.
12-15.
Fromm, E. (1970) La revolución
de la esperanza. Distrito Federal: Fondo de Cultura Económica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario