Por otro lado, además de sus
rasgos autísticos (entre los cuales sobresale la relación de Óliver con su
balón, al más puro estilo del “objeto transicional” de Winnicott) y
desafiantes, son observables en Óliver signos narcisísticos claros (ya habíamos
comentado un poco que el protagonista antepone su deseo al de el otro). Cuando
parte en el camión de la mudanza, aparece una niña corriendo tras él gritando
el nombre de Óliver (evidenciando el aprecio que por él experimenta), y él sólo
le responde, sin nombrarla: “¡Adiós, despídeme de todos!”. Frente a la empatía
mostrada por ella, Óliver responde con un mensaje objetivante: la utiliza para
hacer algo que él no se tomó la molestia de hacer, “despedirse de todos”.
Una característica recurrente de
los personajes protagonistas de las caricaturas japonesas (como Óliver de Súpercampeones, Gokú de Dragon Ball, o Seya de Caballeros del Zodiaco), es que suelen
emocionarse ante la presencia de un oponente complicado. Parece imposible que
resistan este tipo de desafíos, y aceptan gustosos las contiendas. Pensando
esto a la luz del narcisismo, podríamos interpretar esto como un deseo de
eliminar a aquel que podría robar la admiración de los otros. En muchas de
estas series, el oponente poderoso, tras ser vencido por el protagonista,
termina uniéndose al equipo de éste y reconociéndolo, finalmente, como su líder
(como sucede con Benji y Steve de Súpercampeones,
Pícoro y Vegueta de Dragon Ball, y
Ioga, Shiru e Ikki de Caballeros del
Zodiaco), con lo cual el narcisismo del protagonista no puede menos que
robustecerse.
En Óliver, este narcisismo podría
estar explicado, quizás, por la ausencia del padre:
Todo niño, para poder sostenerse en la vida, necesita estar en el deseo
de alguien especial (alguien como un padre) que sea capaz de desearle que viva
de acuerdo con su propia diferencia, capaz de reconocer lo incomparable que
habita en él: en ese niño único. (Leal, 2011, p. 103)
Si no está presente la figura de
identificación (por la cual el niño experimenta la admiración-envidia de sus
cualidades), no queda otra opción que realizar, digámoslo burdamente, una
identificación con uno mismo; o siguiendo al Freud de Introducción al narcisismo, si en lugar de la búsqueda de objeto
para el depósito de la libido se dirigen todas las pulsiones al yo, tenemos un
narcisismo patológico. Átom se admira a sí mismo, y al igual que con los
protagonistas de caricaturas antes mencionados, podemos observar francamente en
él la imposibilidad (inherente a todo ser humano) de admirar a alguien sin
envidiar las dotes que dan origen a esa admiración[1].
Continuamos el próximo jueves.
Psic. Juan José Ricárdez.
[1] Tema
que abordamos más ampliamente en dos partes, en las entradas del 4 y 12 de
abril de 2013, tituladas La envidia. http://psicotidianidades.blogspot.mx/2013/04/la-envidia-i-de-ii.html
y http://psicotidianidades.blogspot.mx/2013/04/la-envidia-ii-de-ii.html
respectivamente.