El psicoanálisis no es cosa
fácil; y no me refiero a su estudio o al empleo de su técnica; más bien quiero
hablar de la manera en que esta ciencia logra trastocar las fibras más íntimas
del sujeto; incluso cuando éste no lo tiene contemplado.
Quiero referirme, con esto, a una
lectura[1]
que estoy realizando, y cuyo primer capítulo termina con una sentencia que
desencadenó mi más aguda desconfianza: “[Freud] Fue un genio. Puede preferirse
concebirlo como lo hago yo, como uno de los pocos hombres de la historia que
poseyeron una mente universal. Al igual que Shakespeare y Goethe y Leonardo da
Vinci, Freud iluminó todo lo que tocó. Fue un sabio verdadero.”(Hall, 1986, p.
24). El autor (que por cierto, nunca menciona ser psicoanalista) pretende realizar
en su texto una explicación sintética de los puntos que él considera más
relevante de la teoría freudiana. Me centraré en uno de estos puntos, que fue
el que llamó mayormente mi atención.
En los capítulos II y III
llamados La organización de la personalidad
y La dinámica de la personalidad,
respectivamente, el autor se refiere a la segunda tópica freudiana explicando,
detalladamente, en qué consiste cada una de las partes que la componen (ello,
yo y superyó). Mi atención se centró en su explicación del superyó; y es que,
resulta imposible no notar que existe una clara e intencional omisión de los
complejos edípico y de castración. No es un detalle menor, ya que el superyó no
sería posible de no ser por la travesía del niño por estas etapas simultáneas. En
Freud se llama superyó, en Lacan El Nombre del Padre; pero en ambos está clara
la función paterna que impide el goce del niño, el goce con la madre. Es ahí
cuando el sujeto aprende a no gozar, a ser sociables. Hall se aproxima a ambos
complejos cuidadosamente sin atreverse a entrar en ellos, ni siquiera a
mencionarlos: “En el caso del superyó, por ejemplo, el niño no desarrolla una
autodisciplina hasta que haya tenido la oportunidad de identificarse con las
prohibiciones morales de sus padres.” (Hall, 1985, p.57).
Sabemos, gracias al
psicoanálisis, que no es posible decir algo sin decir más. Sólo lo dicho da
cuenta del sujeto y la palabra nos muestra el inconsciente. Finalmente, Hall,
quien al inicio de su pequeño libro muestra una idealización de Freud, y que
sin embargo omite uno de los puntos nodales de su propuesta; termina
sucumbiendo, al parecer sin notarlo (ya que el libro se editó por lo menos
cuatro veces) y nos muestra sus temores de castración sin el menor empacho, en
el mismo capítulo III, en el apartado llamado Angustia: “Uno tiene miedo a una serpiente venenosa, a un hombre
con un revólver, o a un automóvil que no se puede dominar. En la angustia
neurótica la amenaza consiste en una elección objetal instintiva del ello.”
(Hall, 1986, p.71). Es decir, ¿un temor al falo del padre por las pulsiones
sexuales incestuosas dirigidas a la madre? Quién sabe, sólo él podría decirlo.
Hasta el próximo jueves.
Psic. Juan José Ricárdez.
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