Las palabras “Leer*” y “Libro”
parecerían naturalmente indisociables, pero para refutar esta superficial
ligadura he decidido abordar ambas cuestiones de manera aislada. “Libro” es
sustantivo, lo cual lo hace calificable, tenible, desechable. La cuestión es
que “tener un libro” implica emociones porque se establece, sin duda, una
relación con él, con ese objeto. En alguna ocasión, un buen amigo del
bachillerato, al ver mi libro “Un esbozo de historia universal” subrayado
alegremente con tintas de bolígrafo y marcatextos de todos los colores
posibles, me dijo decepcionado: “¿qué no sabes que los libros no se rayan?”. De
manera similar, una colega de una clínica en la que trabajaba, al verme
subrayar mi libro “Summerhill” me dijo: “¿Qué no quieres a tus libros?, ¿Por
qué los rayas?”.
Nótese entonces que más allá de
la fantoche aspiración de “establecer una relación con el autor”, lo realmente
importante es la relación que se establece con el propio libro. Un gran amigo alguna
vez me comentaba la dificultad que representa para él regalar un libro que él
no ha leído. Otro me contaba sobre su adicción a comprar libros. Mi mujer, en
una ocasión, mostró cierta inconformidad cuando compré un libro que ella quería
regalarme. Yo mismo soy incapaz de prestar mis libros si no tengo total garantía
de que me serán devueltos.
Qué es un libro para un adulto;
puede ser muchas cosas: un adorno, un refugio, un pretexto, un motivo, un
estorbo. El libro es para el adulto, según creo, el equivalente perfecto de lo
que el juguete es para el niño: un objeto mediante el cual es posible
restructurar el mundo. Hay libros y juguetes que sólo sirven para adornar, hay
otros que generan un entusiasmo inicial que desaparece poco tiempo después de
su utilización, y existen unos más, los menos, cuya existencia no puede pasar
desapercibida para quienes pasamos por este mundo.
Los libros son para ser leídos y
olvidados, quien no lo piense así puede encontrar en su nostalgia una renuencia
a vivir como es debido; y es que, finalmente, qué diferencia puede haber entre
la arrogancia de un niño que lleva sus juguetes a una fiesta y la ridiculez de
un adulto que lleva un libro en vacaciones a la playa. Ninguna fácilmente
observable.
Hasta el próximo jueves.
Psic. Juan José Ricárdez.
*Sobre "Leer" hablaremos en la próxima entrega.
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