En su texto de 1922 llamado Sobre algunos mecanismos neuróticos en los
celos, la paranoia y la homosexualidad, Freud clasifica en tres grados a
los celos: 1º. Celos concurrentes o normales, 2º. Celos proyectados; y 3º.
Celos delirantes.
Sobre los primero dirá que son
completamente racionales y que su origen se remonta a situaciones actuales; no
obstante, tienen su raíces inconscientes en el Complejo de Edipo y en el
complejo fraterno; ambos vividos en la infancia. Los celos proyectados, por
otro lado, “nacen, tanto en el hombre como en la mujer, de las propias infidelidades
del sujeto o del impulso a cometerlas; relegado, por la represión, a lo
inconsciente” (Freud, 1983, p. 296) La intensidad de los celos experimentados
sería, por consecuencia, proporcional al deseo inconsciente de cometer
infidelidad[1].
Lo celos delirantes, por último, son producto de una represión poderosa de los
impulsos inconscientes, con lo cual se proyectaría la atracción hacia el rival
atribuyéndosela a la pareja. La fórmula sería: “No soy yo quien le ama, es
ella” (Freud, 1983, p. 298).
Como en todo lo que tiene que ver
con emociones, negarlas o no sentirlas son un síntoma grave. Suele decirse que
los celos son signo de inseguridad. Esta visión, tan a la punta de la nariz, me
parece peligrosa en un entorno en el que, de por sí, resulta poco aceptado el
contacto con las propias emociones. Los celos están más allá de la seguridad o
el autoestima; aunque sin duda se dan en ellos ecuaciones narcisísticas,
paranoides y afectivas que aquí no abordaremos. Lo importante es saber que los
celos son perfectamente normales (si alguien lo duda puede observar a los
niños), y que pueden tornarse saludables si a partir de ellos podemos
comprender mejor nuestras emociones. ¿En qué consisten, pues, los celos?,
Victoria Leal explica artísticamente la postura del celoso:
En eso consisten los celos: en colocarse en el lugar de quien ha perdido
el paraíso a causa de otro y que lucha con todos los derechos para volver a él.
Al principio lo pierde por instantes recobrables, luego, cada vez dura más y
más esa pérdida. Y así de más en más aumenta su tormento. […] Es tragicómico
seguir el hilo de la discusión del celoso con su pareja, y ya que ésta tiene
las llaves de su paraíso, no habrá manera de que cambie un ápice su
razonamiento, menos todavía que deje de ser verdad. Y esa verdad será única,
verdadera, infalible, absoluta, inequívoca. (2011, p.74)
El celoso está más allá de la
razón, pero sin duda tiene sus razones. Al celoso no hay que castigarlo
diciéndole que su autoestima está mermada, o que es débil y por eso se siente
así; más bien habrá que entender que la imposición que él hace de su verdad,
frente a la verdad objetiva, obedece, seguramente, a una complicación para
hacer frente a la ausencia de lo amado. No basta con dar “respuestas
racionales” a las ideas producidas por los celos. Las respuestas racionales
aspiran a la justicia tras el análisis de la realidad objetiva; los celos son
irracionales y no se contentan con la justicia, sino con la solución ilusoria.
El celoso desea eliminar rivales
(como el niño que no dibuja al hermano recién nacido en el retrato que hace de
su familia); pero, aún eliminando a los rivales objetivos (matándolos por
ejemplo), la base emotiva no desaparece[2].
Habrá que entender esta condición, habrá que respetarla y tener claro que, comprendiendo
las motivaciones del celoso, seguramente podrán educarse sus reacciones.
Hasta el próximo jueves.
Psic. Juan José Ricárdez.
Referencias
Bollain,
I. (2003) Te doy mis ojos. España:
Alta Producción, S. L., Producciones La Iguana.
Freud, S. (1983) Sobre algunos mecanismos neuróticos en los
celos, la paranoia y la homosexualidad. Psicopatología
de la vida erótica (Teorías sexuales infantiles. Psicología de un caso de
homosexualidad femenina y otros ensayos) (pp. 295-308). Distrito Federal: Iztaccíhuatl.
Leal, V. (2011) Ejercicios de escritura. Distrito
Federal: Ediciones de la noche.
Ruben, J. (1993) The good son.
Estados Unidos: 20 Century Fox.
[1]
Hablando de esto en una terapia grupal de pacientes con adicciones, una
paciente comentaba: “yo creo que eso es cierto porque yo tenía un novio y no lo
dejaba hacer nada y siempre me enojaba con el por celos; pero mientras yo lo
engañé muchas veces”.
[2]
La película The good son (1993)
(curiosamente llamada en español El ángel
malvado) puede reflejar lo recientemente dicho. El pequeño protagonista,
Henry Evans (Macaulay Culkin), experimenta celos ante la figura de su primo
Mark (Elijah Wood) y manifiesta su hostilidad hacia él, y hacia su propia
hermana, de modos interesantes. Henry tuvo un hermano que murió ahogado en la
tina siendo recién nacido. La historia nos permite descubrir que aquel recién
nacido no murió por accidente (por lo cual la madre, única figura de afecto de
Henry, se sentía culpable), sino que fue asesinado por Henry. Henry ama a la
madre y está dispuesto a eliminar a los rivales que podrían robársela (excepto
a su padre, tema que podríamos desarrollar en otra entrada), es decir, a los
que le producen celos. El final y su simbolismo no podría haber sido más
adecuado: la madre debe decidir salvar la vida a Henry o al primo rival Mark.
Henry mató al objeto de sus celos (hermano recién nacido), no obstante, su
temor de que alguien robara el amor de la madre no murió con el bebé, sigue
ahí, repitiéndose incesantemente, buscando un depositario del temor y la
hostilidad.
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