Hoy me interesa hablar de un
concepto psicoanalítico bastante polémico por todo lo que conlleva; pero que
sin duda encuentra en la vida cotidiana la confirmación de su existencia, aún a
pesar de que algunos profesionales (a través de afirmaciones completamente
válidas) pretendan exterminarlo: la
envidia del pene.
Para hablar de la envidia del pene habría que decir
primero que existe, en todo ser humano, una etapa de la sexualidad infantil
llamado complejo de castración, que
no es otra cosa que la idea inconsciente (surgida a partir de la observación
que el niño hace de un cuerpo del sexo opuesto) de que el pene puede ser
perdido (niño) o de que ya ha sido arrebatado o que más adelante crecerá (niña).
De este descubrimiento anatómico, se despierta en la niña una emoción lógica en
quien siente que no tiene algo que alguien más sí: la envidia. Al ser ésta
referente al pene, surge el concepto de la
envidia del pene.
La evidencia cotidiana de los
empeños femeninos por saldar esta carencia me parece abrumadora. Recuerdo a
propósito de esto que mi mujer me contó acerca de una alumna suya (en edad
preescolar) que, a la hora de hacer pipí, se paraba frente a su nica emulando
la postura de los niños. Cuando esto pasaba, había que recordarle que las niñas
hacían pipí sentadas. Hablando del físico: ¿por qué culturalmente (independientemente
de sociedad de que se hable) es más esperable que la mujer “deje crecer” su
cabello o las uñas, y el hombre los mantenga cortos?; incluso, por lo menos en
México, y específicamente en Oaxaca, uno puede dar cuenta del orgullo que
representa para una madre la longitud del cabello de su hija. Esto nos lleva a
la vanidad. Si bien éste no es un aspecto exclusivamente observable en
las mujeres, sí puede percibirse como algo culturalmente más permitido en ellas.
Además, podría agregarse, es común escuchar que las adolescentes tengan fuertes
deseos de someter a alguna cirugía plática alguna parte de su cuerpo que no les
resulta agradable, como puede ser, por ejemplo, la nariz (símbolo fálico). Una
sensación constante de inconformidad con la apariencia (autoimagen) es el
residuo permanente de la infantil envidia del pene en la mujer (esto
evidenciado, además, a través de afirmaciones como: “nada se me ve bien” o “no tengo
nada qué ponerme”).
Las mujeres y los hombres nunca
serán iguales, pero eso no quiere decir que uno sea mejor que el otro. Pensar
que el concepto de la envidia del pene
coloca al hombre por encima de la mujer me parece un error sólo a la ignorancia
atribuible. Personalmente, por ejemplo, considero que un equivalente de este
fenómeno podría ser la envidia que en el varón debe despertarse por la
capacidad que la mujer tiene de dar a luz. Habrá hombres que lo nieguen de
inmediato, pero, haciendo justicia a la evidencia cotidiana, yo me atrevo a
afirmar que este tema merece, por lo menos, un riguroso abordaje antes de tomar
postura.
No es éste, el de la envidia del pene, un tema sencillo, y
no se pretende llegar a conjeturas sólidas y definitivas a partir de él en esta
entrada. Es éste sólo un esfuerzo por mostrar que el fenómeno está vigente.
La manera de nombrarlo podrá variar de un autor a otro, pero si éste fuera el
caso, si no encontráramos sólo frente a un asunto de nomenclatura, me parecería
más prudente conservar el nombre que Freud le asignó.
Hasta el próximo jueves.
Psic. Juan José Ricárdez.