Sin duda la evidencia cotidiana de
que los juguetes representan para los niños mucho más que simples adquisiciones
materiales es contundente. Ya los psicólogos y psicoanalistas se han ocupado de
estos asuntos[1],
así que intentaremos comprender la anécdota del niño que debe “aprender a
compartir”, a la luz de este conocimiento.
El simbolismo de dos niños
luchando por una pistola de juguete nueva, sin duda es el primer elemento a
considerar. El niño mayor (dueño de ambas pistolas) toma para sí la más nueva.
Por la edad que aparenta, podemos presumir que se encuentra en la etapa de
latencia; es decir, ha pasado ya por la fase intensa del Edipo y ha salido,
como todos, con la instalación de un superyó. El niño sale derrotado del Edipo,
con la idea de que el pene del padre ha vencido al suyo, lo cual, además, no es
vivido con poca angustia (de castración). Quizás contar con una pistola (pene)
nueva, simbolice la restitución fálica que él necesita. Prestarle al niño menor[2]
la pistola más gastada, más sucia, quizás represente un intento de desprenderse
de ese pene (narcisismo) derrotado y lastimado por los ataques del pene
paterno, para dar la bienvenida a uno nuevo.
Si seguimos, por otro lado, a
Dolto cuando afirma que: “Los juguetes preferidos de los niños eran juguetes
con los que se identificaban; si se estropeaban, era como si se perdiera un
amigo” (1991, p. 104), podemos entender la renuencia del niño mayor a prestar
su juguete favorito. El juguete es una posesión material (aunque ya dijimos que
para el niño es mucho más que eso), y como tal, su destino es responsabilidad
exclusiva del dueño. Me parece que la madre se equivoca al pretender darle una
lección acerca de compartir a su hijo. Esta equivocación va en dos sentidos.
Primero, considero que el niño mayor, finalmente, estaba compartiendo una de
sus pistolas[3], y
considero que todo iba bien hasta que el niño menor intentó invadir un espacio
al que no tenía derecho; y segundo, me parece que transgredir la autoridad que
un niño tiene sobre sus posesiones (juguetes, ropa, etc.) siempre redundará en el deficiente desarrollo
del sentido de responsabilidad de un sujeto. Si no se le permite a un niño
decidir sobre sus juguetes, ¿cómo esperamos que se comporte un joven o un
adulto al tomar decisiones sobre su propia vida? Si bien son los padres (o
alguien más) quienes compran esos juguetes, el hecho de que ellos intenten
dirigir los juegos o las acciones que el niño llevará a cabo con sus juguetes
indicaría, para mí, una tendencia voraz e intrusiva por parte de esos padres
con respecto a los asuntos de sus hijos.
Legalmente un padre tiene la
potestad de decidir muchas cosas acerca de sus hijos, pero los juguetes, esos
compañeros de aventuras a través de los cuales se intenta construir una idea de
lo que es el mundo, esos deben ser intocables… a menos que el dueño lo permita.
Hasta el próximo jueves.
Psic. Juan José Ricárdez
Referencias
Dolto, F. (1991) La causa de los niños. México D. F.:
Paidós.
[1]
Considero puntero en este rubro a Winnicott y sus postulados acerca de
fenómenos y objetos transicionales en las etapas tempranas de la vida.
[2]
Que por la edad que aparenta está en pleno Edipo, por lo cual compite con el niño
mayor por la pistola (pene) que él tiene, quiere arrebatársela haciendo
evidente la envidia y competencia fálica que con el padre vive en ese momento.
[3]
Creo que todos hemos sido testigos de actos verdaderamente egoístas de niños
que no prestan ninguno de sus juguetes aunque sólo uno sea su favorito.
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