Hace algún tiempo, como parte de
la capacitación que para la mejor operación de un trabajo en que en ese momento
me desempeñaba, tuve la oportunidad de asistir a un taller sobre terapia
cognitivo-conductual impartido por el doctor Jesús Salas, colaborador del Beck Institute for Cognitive Behavior
Therapy. Fue una grata experiencia, sobre todo de mucho aprendizaje. La
cuestión es que en una de las sesiones sucedió algo que me hizo pensar en la
variedad de ópticas que existen en psicología clínica; y sobre todo, en cuánto
de cierto hay en que las distintas propuestas sean tan diferentes.
Hablaba el doctor Salas de los
PAN´s, sobre las diferentes técnicas que se emplean para su detección, y sobre
la gran utilidad clínica del trabajo que sobre ellos se ejerce. En aquella
época, yo comenzaba mis lecturas psicoanalíticas. Leía entonces las
conferencias de Introducción al
psicoanálisis (1916-17) y La
interpretación de los sueños (1900). Y ya tenía leídos, para entonces los Estudios sobre la histeria (1895) y Psicopatología de la vida cotidiana (1901).
Hago este innecesario recuento para justificar la percepción que en ese momento
tenía de lo que Salas nos contaba: “Todo esto no es más que la cura por la
palabra pero con diferentes términos. Todo es a través del lenguaje”. En el
taller, me encontraba sentado junto a un psicólogo con formación humanista al
que admiro y estimo mucho; entonces, en uno de tantos momentos, me acerqué a él
y le susurré: “todo esto me suena a Freud”. Él sonrió, se acercó a mí y me
dijo: “algo así te iba a comentar; a mí todo esto me suena a Rogers”.
Es cuestión innegable que en
psicología la mayor parte de los enfrentamientos entre profesionales de
distintas escuelas tienen que ver con la teoría. La práctica, a su vez, está
incuestionablemente basada en la teoría que el psicólogo tiene sobre lo que es la
mente. No obstante, y con esto pretendo terminar, es innegable también que los
recursos técnicos empleados por el profesional de un tipo específico de
terapia, pueden resultar muy útiles para un terapeuta con postura diferente.[1]
¿En qué consiste la psicología
clínica?, creo que Etchegoyen (1999) lo explica claramente al referirse al
trabajo científico del psicoanalista:
Analista y paciente investigan las teorías que el paciente tiene de sí
mismo y las van testeando. Cuando estas teorías que fehacientemente refutadas,
el analizado, por lo general, las cambia por otras más adaptadas a la realidad.
Si el analizado tiene tantas resistencias a abandonar sus teorías es porque las
nuevas casi siempre lo favorecen algo menos, con desmedro de su omnipotencia.
Por “teorías” entiendo aquí todas las explicaciones que uno tiene de sí mismo,
de su familia y de la sociedad: las explicaciones con que cada uno de nosotros
da cuenta de su conducta y de sus trastornos. (p. 637)
La diferencia práctica tendría
que ver con el camino que cada profesional elige para echar a andar su labor, y
estas diferencias siempre serán saludables. El surgimiento de nuevas maneras de
pensar la realidad es algo fundamental para el avance de los pacientes; el
conocimiento de las distintas maneras de pensar a un paciente, es algo
invaluable para el desarrollo del terapeuta. Yo celebro estas divergencias.
Hasta el próximo jueves.
Psic. Juan José Ricárdez.
Referencias
Etchegoyen, R. H. (1999) Los fundamentos de la técnica psicoanalítica.
Buenos Aires: Amorrortu.
[1]
Pienso, por ejemplo, que el riguroso encuadre que Kernberg propone para los
pacientes limítrofes, tiene fuertes implicaciones conductuales; y no dudo que
esta herramienta resulte de gran utilidad en psicoterapias ajenas a la
psicoanalítica; además de que, por otro lado, podemos observar cómo un
psicoanalista de la talla de Kernberg recurre, con distintos fundamentos
teóricos, a un método que parecería más propio de un conductista.
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