El narrador (entonces niño) se
preocupa por el elefante porque él mismo, con la edad que tiene, está inmerso
en una lucha interna entre someterse a la autoridad de otro (el padre) o ser él
mismo su autoridad (a través del superyó). Su fantasía sobre la lucha del
elefante resulta ilustrativa a este respecto:
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la
estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y
sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque
aquella estaca era demasiado dura para él. Imaginé que se dormía agotado y que
al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro... Hasta que,
un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se
resignó a su destino. (Bucay, 2008)
No profundizaremos en el
simbolismo de algunas de las palabras o expresiones empleadas en este
fragmento; más bien nos interesa continuar con nuestro ejercicio especulativo.
Tras su lucha interna entre sometimiento y autonomía, pensando en que el
elefante está representando al propio narrador cuando niño, observamos que el
pequeño, finalmente, termina sometido, pero no al elemento de la realidad que
lo limita (la cadena como representante del padre de carne y hueso), sino al
sustituto, en su mundo interno, de esta prohibición (el superyó, o como el
narrador lo llama, “su destino”).
La conclusión del narrador es la siguiente:
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque,
pobre, cree que no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió
poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar
seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su
fuerza... Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo
atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no
podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo,
cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo
mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no
puedo y nunca podré. Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a
nosotros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la
estaca. (Bucay, 2008)
Efectivamente; el adulto, al
haber incorporado la figura del padre como representante personal de lo que
está prohibido (superyó), no puede más que someterse fatalmente a las
prohibiciones que de este proceso emanen; pero no piensa, a partir de entonces,
esas mismas prohibiciones como procedentes de alguien más, sino que las hace
suyas, aunque no las comprenda.
Al contrario de nuestro narrador,
pensamos que la cuestión no es la búsqueda gratuita de una liberación de lo que
nos ata; más bien, el adulto, tendrá que pensar esas cadenas que, finalmente,
han resultado útiles para su incorporación a lo social. El superyó puede ser
perseguidor (o hasta sádico como lo explicaba Freud al explicar la neurosis
obsesiva); pero al ser un vigilante que vive dentro de nosotros, a diferencia
de lo que sucede antes del Complejo edípico, no hay a dónde huir de él, no hay
cómo liberarse. Al contrario, si hubiera que buscarle un equivalente a la
“fuerza” física que el elefante del relato no volvió a poner a prueba desde su
infancia, y que por tanto desconoce; pensaríamos, sin duda, que en el humano
estaríamos hablando del “pensamiento”. El adulto puede pensar, con los recursos
(fuerza) que ahora tiene, los conflictos de su infancia (la atadura a la
cadena); pero no para pretender liberarse, sino para comprender que, entonces,
su naturaleza era una, y que ahora ha evolucionado. Las cadenas (superyó) las
puso alguien más durante la infancia, jamás se caerán (salvo en alguna
manifestación psicótica); pero la tensión que estas tengan sí están sujetas a
nuestro parecer; sólo es cuestión de conocerlas para saber cómo funcionan y
entonces poder hacer algo; y es entonces, tras un arduo trabajo de
autoconocimiento, que se alcanza la libertad auténtica: la que implica la
certeza de que uno está insoslayablemente esclavizado a sus propios preceptos.
Hasta el próximo jueves.
Psic. Juan José Ricárdez.
Referencias
Bucay, J.
(2008) El elefante encadenado.
Recuperado de http://www.miriamortiz.es/TEXTOS/VElefanteEncadenado.pdf