El tema de la muerte es sin duda,
a todas luces, uno de los más interesantes. No obstante, pocas cosas son tan
suspicazmente asimiladas como este concepto. Hace poco me encontraba con un compañero
de trabajo, un médico, en una especie de balcón en un segundo piso del edificio
en que trabajamos. Él me hablaba sobre su preocupación de que, en ocasiones, le
asechaban ideas homicidas y un claro deseo de matar. Yo le comenté lo que en
algún lugar ya dijo Freud acerca de que el bueno se contenta con soñar lo que el
malo lleva a cabo. Entonces me respondió: “entonces si en este momento yo lo
levanto de las piernas y lo aviento hasta allá abajo eso es normal o qué”. Yo
le dije que no sabía si llevarlo a cabo era algo normal, pero que pensar en
matar sin duda lo es.
Esto tendría que quedarnos claro
a los adultos, que muchas veces reaccionamos injustamente frente a los niños
que muestran abiertamente su interés por el tema de la muerte. Ejemplos sobre
este trato sobran, pero mencionaré sólo dos que me parecen bastante
ilustrativos. El primero me ocurrió con un pequeño paciente sobre el que ya
antes he hablado un poco. Su mamá, horas antes de la segunda sesión, me envió
un mensaje en el que me decía que maestra de su escuela le había informado “que
él [el paciente] habla mucho de que “te voy a matar” y que él quiere juegos
como el Nintendo pero que sean de peleas (…) Quiero que me apoye, no sé si
pueda preguntándole a Oscarito si dice esas palabras en la escuela…”. El
segundo, me hace pensar en el escrito llamado ¿Jugamos a que yo soy narco y te voy a matar? (2012), publicado por
una gran amiga (y colega) en su blog. En este texto, la psicóloga habla sobre
el “impacto” que le provocó la propuesta que le hizo un niño de cinco años y
que pone título a su entrega, dejando claro que, no obstante, su amiguito es
inocente, y que él “no tiene la culpa de haber nacido en una época tan violenta
y tan cruel”[1]. En
ambos casos, me parece que se ha perdido la dimensión de lo que para un niño
representa la idea de “matar”; y atribuyo a esta desubicación la preocupación
de los adultos cuando escuchan a un niño proferir palabras como las antes mencionadas.
La única ventaja de madurar, es
que vamos adquiriendo poco a poco más recursos para pensar la realidad que nos
acontece. Antes de juzgar y calificar a un niño y a sus ideas (fantasías), será
importante recordar que él aún no cuenta con esos recursos, y que si de algo
hemos de servirle los adultos a los niños, es en fomentar el contacto que él
mismo debe tener con sus emociones y pensamientos. Un niño habla sobre la
muerte (o sobre cualquier tema), y antes que nada hay que preguntarle qué es lo
que para él significan sus palabras. Quizás a partir de esto que nos resulta
tan difícil, escuchar a los niños (y al otro en general), aprenderíamos a poner
nuestras preocupaciones en donde corresponden sin hacer de los niños nuestros
daños basureros psíquicos predilectos.
La muerte es más bien un símbolo de que se desea que una persona
desaparezca, lo mismo que un niño en el período edípico no quiere que su
progenitor muera de verdad, sino sólo que desaparezca del camino que le lleva a
conseguir la atención del otro progenitor. (Bettelheim, 1988, p. 274)
Hasta el próximo
jueves.
Psic. Juan José
Ricárdez.
Referencias
Bettelheim, B. (1988) Psicoanálisis
de los cuentos de hadas. México D. F.: Grijalbo.
Mecott, A. (2012) ¿Jugamos
a que yo soy narco y te voy a matar? Recuperado de http://alinacoyolicatzin.wordpress.com/2012/10/17/jugamos-a-que-yo-soy-narco-y-te-voy-a-matar/
el 4 de julio de 2013.
[1]
En su texto, Mecott toca varios temas que van desde la importancia del juego
para comprender el mundo que el niño está introyectando (y que me parece lo más
valioso del trabajo), hasta sus conjeturas personales acerca del lugar que
ocupa la labor gubernamental de México en dicho proceso. Todo matizado en una
postura decididamente ambientalista y enmarcado en un lugar específico, Tehuantepec.
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