Diciembre, como último mes del
año, suele entenderse como espacio de reflexión entre dos momentos sobre los
que nada puede hacerse: un año que termina, y un año que comienza. Diciembre es
el tránsito de un instante a otra cosa; y al mismo tiempo el contenedor de las
ansiedades que esto conlleva. Saber por qué diciembre irrumpe como lo hace en
la emocionalidad de la gente, abarcando tanto el júbilo general como las
melancolías (o depresiones) particulares, resulta sin duda una cuestión
interesante.
Más allá de los factores
bioquímicos o ambientales que puedan influir para que una persona la pase bien
ó mal en estas épocas, consideramos que un factor determinante es la manera en
que un sujeto ha vivido las separaciones a lo largo del año (o de su vida).
Ninguna separación es sencilla,
pero el ser humano está expuesto constantemente a separaciones de todo tipo
durante su vida: separarse de objetos, de personas, de lugares, de etapas de
desarrollo, etc. Teóricamente sabemos que abandonar algo siempre implica dar
cabida a otra cosa, a algo nuevo; o incluso se no dice que, de no darse el
abandono de lo anterior, no podrá accederse a lo novedoso[1].
Pero si, pensándolo en este sentido, “avanzar” es lo que se busca, ¿cómo
podemos explicar que las separaciones sean tan complicadas?, la respuesta
implica la sencillez y dificultad propias de todas las cuestiones relevantes:
más que con el objeto perdido (persona, lugar, etapa, etc.), los problemas de
las separaciones tienen que ver con las atribuciones conscientes e inconscientes
que una persona hace al mismo. Con respecto al esclarecimiento de los
intrincados implicados en las relaciones
con el objeto, Grassano y otras (1995) dicen:
El encuentro con las verdades emocionales básicas, verdades acerca del
desamparo, la indefensión, la posibilidad de odio y envidia hacia el objeto
necesitado y, fundamentalmente, el arribo a la noción de diferenciación y
ausencia, conllevan experiencias de dolor, que serán toleradas en grados
variables. (p. 112)
Sólo la adquisición progresiva de
la certeza de que cada sujeto está completo, independientemente de los objetos
que le rodean o que le faltan, propiciará la recuperación. En eso consiste la
vida, finalmente: en identificar los modos que tenemos de evitar entrar en
contacto con nosotros mismos. El descubrimiento de los motivos reales de lo que
nos duele, siempre es un proceso que duele más que el dolor mismo. Pero así son
las cosas importantes, siempre conllevan una dosis de dolor necesaria para
recordarnos que somos humanos, pero jamás la suficiente para olvidar lo
increíble de serlo.
Diciembre, efectivamente, es un buen momento para
reflexionar, igual que los otros meses, los otros días, los otros momentos.
Felices fiestas.
Hasta el jueves 9 de enero de
2014.
Psic. Juan José Ricárdez.
Referencias
Grassano, E. N., y otras (1995) El escenario del sueño. Buenos Aires: Paidós.
[1]
Los escritores pueden dar cuenta de esta idea aplicándola al ámbito romántico:
Fernando Delgadillo dice, en su canción Olvidar:
“Si comienzo a recordar con la luz de tu milagro, no podría volver a amar”; y
Ricardo Arjona en su canción Olvidarte:
“Olvidarte es lo que espero para reanudar mi vida”.