jueves, 18 de julio de 2013

"Comer" y "comida": dos cuestiones de implicación psicológica (II de II)

No es difícil toparse, en la vida cotidiana, con las diversas implicaciones psicológicas atribuidas al acto de comer y a la función de la comida. Cuando alguien muere, por ejemplo, los familiares del fallecido ofrecen comida a los visitantes por nueve días. En el ritual católico de la comunión, las personas que acuden se comen “el cuerpo y la sangre de Cristo”. Frente a una tristeza o una euforia, se bebe o se come. El enamorado le dice a su doncella que se la “comerá” a besos. Y podrían citarse más.

En los inicios de la vida el bebé goza a través de la boca; no resulta extraño, entonces, notar que los juegos y cuentos de la infancia están íntimamente influidos por la pulsión oral: casi siempre, puede observarse, hay un hocico que amenaza con comer (en forma de lobo o de bruja), entonces el niño, para sobrevivir, tiene que ser lo suficientemente hábil para no ser devorado.

No obstante, y a pesar de la evidente oralidad de los primeros años, considero que es en la pubertad-adolescencia la etapa en que las ansiedades infantiles se vuelcan muy peculiarmente en el “trato” del sujeto con la comida. El adolescente es radical: o se vuelve un voraz, o deja de comer (total o selectivamente). Esta ambivalencia quizás evidencíe la complicación que para él representa pensar las pulsiones sexuales-genitales que lo invaden. Por un lado, irrumpe en él un deseo sexual poderoso que desea ser satisfecho (voracidad), y por el otro, aparece también una represión de igual intensidad dirigida específicamente en contra de la pulsión sexual (no “comerse” (sexualmente) a los animales, a la carne, a los lácteos, etc., que representan el cuerpo de la madre y el deseo incestuoso). De cómo el adolescente resuelva estas complicaciones, sin duda, dependerá su posterior y permanente relación con la comida.

Ya en la adultez, por otro lado, la oralidad remite a una búsqueda infantil de soluciones frente a las adversidades que se presentan: “El niño sólo acepta el abandono de la dependencia oral si puede encontrar seguridad en la creencia realista –o, lo más probable, exageradamente fantástica- de que su cuerpo y sus órganos harán algo por él.” (Bettelheim, 1988, p. 265). En la cultura mexicana, por ejemplo, el alcohol, las groserías y los albures, son recursos orales que el adulto emplea recurrentemente.

La “comida” es, en conclusión, uno más de los destinos que las proyecciones encuentran en el mundo externo. “Comer” sería, entonces, la relación que con la comida se establece. Quizás cuando aprendamos a tomar en cuenta esto, y las ideas que de este entendimiento se desprenden (la implicación erótico-agresiva de la voracidad, de los atracones de comida, de la autoinducción del vómito, etc.) podremos comprender desórdenes sociales tan complejos como la obesidad, la bulimia o la anorexia; y sólo entonces, quizás, podamos organizar acciones que tiendan más a la comprensión y el acompañamiento (pecho bueno), y no a los juicios y las persecuciones sin sentido (pecho amenazante).

Hasta el próximo jueves.



Psic. Juan José Ricárdez.




REFERENCIAS

Bettelheim, B. (1988) Psicoanálisis de los cuentos de hadas. México D. F.: Grijalbo.

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