jueves, 28 de noviembre de 2013

La envidia del pene en la vida cotidiana

Hoy me interesa hablar de un concepto psicoanalítico bastante polémico por todo lo que conlleva; pero que sin duda encuentra en la vida cotidiana la confirmación de su existencia, aún a pesar de que algunos profesionales (a través de afirmaciones completamente válidas) pretendan exterminarlo: la envidia del pene.

Para hablar de la envidia del pene habría que decir primero que existe, en todo ser humano, una etapa de la sexualidad infantil llamado complejo de castración, que no es otra cosa que la idea inconsciente (surgida a partir de la observación que el niño hace de un cuerpo del sexo opuesto) de que el pene puede ser perdido (niño) o de que ya ha sido arrebatado o que más adelante crecerá (niña). De este descubrimiento anatómico, se despierta en la niña una emoción lógica en quien siente que no tiene algo que alguien más sí: la envidia. Al ser ésta referente al pene, surge el concepto de la envidia del pene.

La evidencia cotidiana de los empeños femeninos por saldar esta carencia me parece abrumadora. Recuerdo a propósito de esto que mi mujer me contó acerca de una alumna suya (en edad preescolar) que, a la hora de hacer pipí, se paraba frente a su nica emulando la postura de los niños. Cuando esto pasaba, había que recordarle que las niñas hacían pipí sentadas. Hablando del físico: ¿por qué culturalmente (independientemente de sociedad de que se hable) es más esperable que la mujer “deje crecer” su cabello o las uñas, y el hombre los mantenga cortos?; incluso, por lo menos en México, y específicamente en Oaxaca, uno puede dar cuenta del orgullo que representa para una madre la longitud del cabello de su hija. Esto nos lleva a la vanidad. Si bien éste no es un aspecto exclusivamente observable en las mujeres, sí puede percibirse como algo culturalmente más permitido en ellas. Además, podría agregarse, es común escuchar que las adolescentes tengan fuertes deseos de someter a alguna cirugía plática alguna parte de su cuerpo que no les resulta agradable, como puede ser, por ejemplo, la nariz (símbolo fálico). Una sensación constante de inconformidad con la apariencia (autoimagen) es el residuo permanente de la infantil envidia del pene en la mujer (esto evidenciado, además, a través de afirmaciones como: “nada se me ve bien” o “no tengo nada qué ponerme”).

Las mujeres y los hombres nunca serán iguales, pero eso no quiere decir que uno sea mejor que el otro. Pensar que el concepto de la envidia del pene coloca al hombre por encima de la mujer me parece un error sólo a la ignorancia atribuible. Personalmente, por ejemplo, considero que un equivalente de este fenómeno podría ser la envidia que en el varón debe despertarse por la capacidad que la mujer tiene de dar a luz. Habrá hombres que lo nieguen de inmediato, pero, haciendo justicia a la evidencia cotidiana, yo me atrevo a afirmar que este tema merece, por lo menos, un riguroso abordaje antes de tomar postura.

No es éste, el de la envidia del pene, un tema sencillo, y no se pretende llegar a conjeturas sólidas y definitivas a partir de él en esta entrada. Es éste sólo un esfuerzo por mostrar que el fenómeno está vigente. La manera de nombrarlo podrá variar de un autor a otro, pero si éste fuera el caso, si no encontráramos sólo frente a un asunto de nomenclatura, me parecería más prudente conservar el nombre que Freud le asignó.

Hasta el próximo jueves.



Psic. Juan José Ricárdez.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Divergencias en clínica psicoanalítica


Para continuar (y concluir) con el tema de la última entrada (pero sin que ésta sea necesariamente una continuación), reproduciré un extracto de Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (1999) de Etchegoyen en el que se explica, de manera muy oportuna, lo que sucede con las divergencias surgidas entre las tres escuelas psicoanalíticas posfreudianas, a partir de la determinación de la cura en la clínica:

Varían los soportes teóricos y las praxis para alcanzarlos; pero si uno los compara, se da cuenta inmediatamente de las coincidencias.
Tomemos por ejemplo los criterios de curación de Hartmann, es decir, el reforzamiento del área libre de conflictos y, consiguientemente, una mejor adaptación a la realidad, y comparémoslo con lo que dijo Klein cuando afirma que hay que elaborar las angustias paranoides y depresivas. Puestas así las cosas, la diferencia es notoria e irreductible. Klein dijo siempre, sin embargo, siguiendo al Freud de Duelo y melancolía, que uno de los elementos fundamentales de la posición depresiva es el contacto con el objeto, es decir, con la realidad. El duelo, decía Freud, consiste en lo que la realidad nos muestra dolorosamente que el objeto ya no está; y el duelo, para Klein, consiste en poder aceptar la realidad psíquica y externa como son. Si bien Hartmann no habla de duelo, su adaptación a la realidad le viene de Freud. Hartmann y Klein, entonces, tienen que convenir en que un analizado debería terminar su análisis con un mejor contacto con la realidad que el que tenía antes de empezar. Tomemos otro criterio, como el de Lacan, por ejemplo, el acceso al orden simbólico. Lacan siempre se enoja con Hartmann y tiene sus razones pero no sé si tiene razón. Considerando pedestremente el criterio de adaptación de Hartmann suena sociológico y es para Lacan repugnante. Yo, personalmente, tengo muchos desacuerdos con Hartmann pero no lo creo un autor superficial ni un simple representante del American way of life. Si uno juzga desapasionadamente lo que dice Lacan cae en la cuenta de que hay que abandonar el orden imaginario (…) para elaborar un pensamiento conceptual y abstracto que él llama simbólico. Ese pensamiento es el que permite el acceso al orden de lo real. Claro que lo real debe ser distinto que lo real para Hartmann; pero también es innegable que emplean la misma palabra.
Son sólo ejemplos para mostrar que, sin desconocer la diversidad de las teorías, hay que ve siempre dónde discrepamos. Un seguidor tan lúcido como Jacques-Alain Miller piensa que las ideas de Lacan sobre el acceso al orden simbólico son parecidas a las de Klein sobre la posición depresiva. Porque la función del psicoanalista, dice Miller, consiste en desaparecer, en no permitir que la situación imaginaria domine el cuadro; el psicoanalista debe estar siempre en el lugar del gran Otro. Todo esto tiene que ver, para Miller, y yo creo que está en la verdad, con la posición depresiva de Melanie Klein y la pérdida de objeto.
En resumen, si bien el tema de los factores curativos nos lleva inexorablemente a los problemas teóricos más complicados de nuestra disciplina y al punto en que las escuelas pueden quedar más enfrentadas, también es cierto que en la práctica del consultorio hay un acuerdo bastante amplio, que no deja de ser sorprendente, en cuanto a la evaluación de los progresos del analizado (pp. 581-582)

Sólo queda puntualizar que no se pretende, con esta serie de entregas, fomentar un eclecticismo barato que nada aporta a la ética ni a la técnica del psicólogo en su labor clínica. Es más bien un intento de reafirmar que nadie posee la verdad, pero sí puede elegir el camino que desee para aproximarse a ella. En psicología una posición plural alimenta los recursos; pero siempre será importante mantenerse con un marco teórico definido y operar con las consecuencias técnicas que la elección teórica conlleve. En eso consiste el método científico y la ética profesional.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.


Referencias

Etchegoyen, R. H. (1999) Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Divergencias en psicología clínica

Hace algún tiempo, como parte de la capacitación que para la mejor operación de un trabajo en que en ese momento me desempeñaba, tuve la oportunidad de asistir a un taller sobre terapia cognitivo-conductual impartido por el doctor Jesús Salas, colaborador del Beck Institute for Cognitive Behavior Therapy. Fue una grata experiencia, sobre todo de mucho aprendizaje. La cuestión es que en una de las sesiones sucedió algo que me hizo pensar en la variedad de ópticas que existen en psicología clínica; y sobre todo, en cuánto de cierto hay en que las distintas propuestas sean tan diferentes.

Hablaba el doctor Salas de los PAN´s, sobre las diferentes técnicas que se emplean para su detección, y sobre la gran utilidad clínica del trabajo que sobre ellos se ejerce. En aquella época, yo comenzaba mis lecturas psicoanalíticas. Leía entonces las conferencias de Introducción al psicoanálisis (1916-17) y La interpretación de los sueños (1900). Y ya tenía leídos, para entonces los Estudios sobre la histeria (1895) y Psicopatología de la vida cotidiana (1901). Hago este innecesario recuento para justificar la percepción que en ese momento tenía de lo que Salas nos contaba: “Todo esto no es más que la cura por la palabra pero con diferentes términos. Todo es a través del lenguaje”. En el taller, me encontraba sentado junto a un psicólogo con formación humanista al que admiro y estimo mucho; entonces, en uno de tantos momentos, me acerqué a él y le susurré: “todo esto me suena a Freud”. Él sonrió, se acercó a mí y me dijo: “algo así te iba a comentar; a mí todo esto me suena a Rogers”.

Es cuestión innegable que en psicología la mayor parte de los enfrentamientos entre profesionales de distintas escuelas tienen que ver con la teoría. La práctica, a su vez, está incuestionablemente basada en la teoría que el psicólogo tiene sobre lo que es la mente. No obstante, y con esto pretendo terminar, es innegable también que los recursos técnicos empleados por el profesional de un tipo específico de terapia, pueden resultar muy útiles para un terapeuta con postura diferente.[1]

¿En qué consiste la psicología clínica?, creo que Etchegoyen (1999) lo explica claramente al referirse al trabajo científico del psicoanalista:

Analista y paciente investigan las teorías que el paciente tiene de sí mismo y las van testeando. Cuando estas teorías que fehacientemente refutadas, el analizado, por lo general, las cambia por otras más adaptadas a la realidad. Si el analizado tiene tantas resistencias a abandonar sus teorías es porque las nuevas casi siempre lo favorecen algo menos, con desmedro de su omnipotencia. Por “teorías” entiendo aquí todas las explicaciones que uno tiene de sí mismo, de su familia y de la sociedad: las explicaciones con que cada uno de nosotros da cuenta de su conducta y de sus trastornos. (p. 637)

La diferencia práctica tendría que ver con el camino que cada profesional elige para echar a andar su labor, y estas diferencias siempre serán saludables. El surgimiento de nuevas maneras de pensar la realidad es algo fundamental para el avance de los pacientes; el conocimiento de las distintas maneras de pensar a un paciente, es algo invaluable para el desarrollo del terapeuta. Yo celebro estas divergencias.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.


Referencias

Etchegoyen, R. H. (1999) Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu.



[1] Pienso, por ejemplo, que el riguroso encuadre que Kernberg propone para los pacientes limítrofes, tiene fuertes implicaciones conductuales; y no dudo que esta herramienta resulte de gran utilidad en psicoterapias ajenas a la psicoanalítica; además de que, por otro lado, podemos observar cómo un psicoanalista de la talla de Kernberg recurre, con distintos fundamentos teóricos, a un método que parecería más propio de un conductista.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Aprender a compartir (II de II)

Sin duda la evidencia cotidiana de que los juguetes representan para los niños mucho más que simples adquisiciones materiales es contundente. Ya los psicólogos y psicoanalistas se han ocupado de estos asuntos[1], así que intentaremos comprender la anécdota del niño que debe “aprender a compartir”, a la luz de este conocimiento.

El simbolismo de dos niños luchando por una pistola de juguete nueva, sin duda es el primer elemento a considerar. El niño mayor (dueño de ambas pistolas) toma para sí la más nueva. Por la edad que aparenta, podemos presumir que se encuentra en la etapa de latencia; es decir, ha pasado ya por la fase intensa del Edipo y ha salido, como todos, con la instalación de un superyó. El niño sale derrotado del Edipo, con la idea de que el pene del padre ha vencido al suyo, lo cual, además, no es vivido con poca angustia (de castración). Quizás contar con una pistola (pene) nueva, simbolice la restitución fálica que él necesita. Prestarle al niño menor[2] la pistola más gastada, más sucia, quizás represente un intento de desprenderse de ese pene (narcisismo) derrotado y lastimado por los ataques del pene paterno, para dar la bienvenida a uno nuevo.

Si seguimos, por otro lado, a Dolto cuando afirma que: “Los juguetes preferidos de los niños eran juguetes con los que se identificaban; si se estropeaban, era como si se perdiera un amigo” (1991, p. 104), podemos entender la renuencia del niño mayor a prestar su juguete favorito. El juguete es una posesión material (aunque ya dijimos que para el niño es mucho más que eso), y como tal, su destino es responsabilidad exclusiva del dueño. Me parece que la madre se equivoca al pretender darle una lección acerca de compartir a su hijo. Esta equivocación va en dos sentidos. Primero, considero que el niño mayor, finalmente, estaba compartiendo una de sus pistolas[3], y considero que todo iba bien hasta que el niño menor intentó invadir un espacio al que no tenía derecho; y segundo, me parece que transgredir la autoridad que un niño tiene sobre sus posesiones (juguetes, ropa, etc.)  siempre redundará en el deficiente desarrollo del sentido de responsabilidad de un sujeto. Si no se le permite a un niño decidir sobre sus juguetes, ¿cómo esperamos que se comporte un joven o un adulto al tomar decisiones sobre su propia vida? Si bien son los padres (o alguien más) quienes compran esos juguetes, el hecho de que ellos intenten dirigir los juegos o las acciones que el niño llevará a cabo con sus juguetes indicaría, para mí, una tendencia voraz e intrusiva por parte de esos padres con respecto a los asuntos de sus hijos.

Legalmente un padre tiene la potestad de decidir muchas cosas acerca de sus hijos, pero los juguetes, esos compañeros de aventuras a través de los cuales se intenta construir una idea de lo que es el mundo, esos deben ser intocables… a menos que el dueño lo permita.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez


Referencias

Dolto, F. (1991) La causa de los niños. México D. F.: Paidós.




[1] Considero puntero en este rubro a Winnicott y sus postulados acerca de fenómenos y objetos transicionales en las etapas tempranas de la vida.
[2] Que por la edad que aparenta está en pleno Edipo, por lo cual compite con el niño mayor por la pistola (pene) que él tiene, quiere arrebatársela haciendo evidente la envidia y competencia fálica que con el padre vive en ese momento.
[3] Creo que todos hemos sido testigos de actos verdaderamente egoístas de niños que no prestan ninguno de sus juguetes aunque sólo uno sea su favorito.