jueves, 23 de enero de 2014

"El elefante encadenado" de Bucay, y el superyó (I de II)

Los conceptos no existen en el plano práctico. La creación de conceptos y de un código específico de nomenclatura facilita la comprensión de los fenómenos de la vida cotidiana. Cada ciencia, disciplina o arte, va haciendo cada vez más particular su código y es entonces cuando la especialización de cualquier campo se vuelve necesaria para comprender aquéllo que nos interesa. Pero una teoría que no es aplicable a la práctica no es más que letra muerta. De ahí que, para explicar su teoría, los expertos (de muchas ramas) se valen de metáforas que clarifiquen lo que se está pretendiendo transmitir. Hoy hablaré de una de estas metáforas que, no obstante, a pesar de su utilidad, no fue ideada para cumplir con el objetivo que en esta ocasión nos motiva, y  es eso lo que, precisamente, nos resulta más interesante.

Según he podido comprobar, El elefante encadenado es uno de los cuentos (si no el más) conocidos de Bucay. Lo que el autor pretende con este relato, según alcanzo a entender, es trasmitir la idea de que cuando uno es capaz de comprender las limitaciones que teníamos en algún otro momento de la vida, y nos ubicamos en las capacidades con que en el presente contamos, podremos ser capaces de salir delante de los problemas que desde entonces nos detenían. No obstante, y como he planteado más arriba, mi interés se centra en la utilidad que puede tener este cuento para la comprensión del concepto psicoanalítico del “superyó”.
El superyó es la herencia del Complejo edípico. Es la estructura representante de la cultura en el mundo interno del niño, que ha sido asimilada a través de la relación frustrante de deseo con el padre entre los tres y los cinco o seis años de edad. Resulta muy curioso que el narrador comente:

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. (Bucay, 2008)

Es decir, parece que el narrador nos dijera que, hasta esa edad (cinco o seis años), aún requería de la guía de un mayor (curiosamente hace referencia que preguntó a un varón adulto, idealizado y representante en aquel entonces de la ley, de la cultura); pero después, puede suponerse, ya no le serían necesarios. Lo mismo sucede con el superyó: podríamos decir que el padre es la materialización de la ley, de la cultura, y su función consiste en frustrar explícita y directamente la satisfacción del deseo natural (instintivo) del niño. Después de los seis años, el niño ya no requiere a este frustrador de carne y hueso, el padre, porque lo ha internalizado, y ahora es él mismo, a través de esta internalización conocida como superyó, quien puede prohibirse las satisfacciones.


Tomándonos una licencia complaciente, podríamos afirmar que es posible entrever, en aquel niño intrigado, una inconformidad frente a la autoridad del padre (o del maestro, o de un tío) cuando se pregunta (o más bien cuestiona internamente a quien le ha respondido): “Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?” (2008). Podríamos pensar en una proyección que escondería la verdadera pregunta: “Si yo ya tengo un superyó, ¿por qué sigues tú prohibiéndome cosas?”... Finalmente, el narrador comenta que olvidó el “misterio del elefante y la estaca”, y que sólo lo recordaba cuando se encontraba “con “otros que se habían hecho la misma pregunta alguna vez”. Si continuamos con la línea que hemos señalado, podríamos sustituir “el misterio” del elefante encadenado, por el del surgimiento del superyó (y el final de la fase edípica); y pensamos que el señalamiento de que ha encontrado a “otros” que se preguntaron lo mismo, tal como sucede con las dudas propias del Edipo, corroboraría nuestra suposición.

Continuamos el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.

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