jueves, 13 de febrero de 2014

El terapeuta como lugar

La psicología comprende un espacio práctico que obliga al profesional a estar prevenido (con un arsenal teórico) que le facilite la comprensión de lo que acontece. El material surgido en sus tratamientos, puede ó no coincidir con la teoría que él tiene; pero para hacer esta evaluación el profesional debe tener eso, una teoría. Si el profesional, por otro lado, no tiene una teoría previa bien definida, los sucesos le tomarán desprevenido, impidiéndole entonces obtener información útil, o entender lo que sucede.

Una analista argentina dijo en una conferencia: “el psicoanalista no es una persona, es un lugar”, y más allá del sentido filosófico de esta sentencia, me interesa compartir sus alcances a través de anécdotas que, además, supongo han de haberle sucedido a varios colegas.

Si el psicoanalista es un lugar, entonces es asexuado, no tiene postura política ni religiosa, y lo que de su historia se sabe se remite a las suposiciones de quien le habita (porque quien habita, en este caso el paciente, ha llegado cuando ya este lugar está construido); y estas suposiciones, sin duda, deben ser empleadas para comprender, y explicar, las estructuras que las originan. Poco a poco, con este trabajo de comprensión-explicación, el paciente va adquiriendo la idea de que, efectivamente, ése que le escucha no tiene deseos de juzgarle, dirigirlo, ni cambiarlo; más bien representará un espacio psíquico (entre tantos otros), en el que él podrá ser. Al inicio de un tratamiento, hace algunos años, un paciente de 40 años me decía previamente a hablarme de una infidelidad cometida: “bueno, usted como hombre podrá entenderme”. Una paciente de 28 años con resistencias fuertes, a inicios de su segundo año de tratamiento iluminó el camino a seguir cuando me dijo: “usted nunca va a poder entender lo que le digo porque no es mujer”.


El consultorio psicológico es un escenario en el que una persona se descubre a sí misma a través de la interacción con otro. Ese otro, sin embargo, y en un primer momento, no es del todo visible para el paciente, y de esto puede desprenderse que el objetivo sea que el paciente, después de algún tiempo, sea capaz de diferenciar lo que el otro realmente es, y lo que él imaginaba que era. Finalmente, y no con poco trabajo, el paciente se dará cuenta de no hay nadie ahí, nunca lo hubo; y que eso fue, precisamente, lo que hizo tan duro el proceso. Sabrá pues, para decirlo de otro modo, que en el tratamiento siempre estuvo solo con sus fantasías, y que cuando logró entenderlas descubrió a alguien que nunca estuvo ahí, que siempre fue simplemente el terreno en que él disputaba consigo mismo; que el terapeuta no era alguien, era un lugar.

Hasta el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez.

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