viernes, 13 de junio de 2014

Psicopatología de la vida futbolera: Óliver Átom (Parte I)

Quizás por liberarse en estas épocas la efervescencia futbolera, es que se me ha ocurrido hablar de este tema. Para la mayoría de mexicanos cuya infancia transcurrió durante los 90´s (época en que la serie llegó a México), hubo una caricatura que representó particular importancia: Súpercampeones (1981). La temática se centraba en las aventuras de un niño, Óliver Átom, que soñaba con ser futbolista y campeón de una Copa mundial con la selección de su país, Japón. Una historia desarrollada entre las complicaciones propias de la emocionalidad infantil del protagonista y los desafíos de perseguir su sueño futbolístico.

Hasta aquí todo sigue un curso normal: una caricatura pensada para niños y que promovía un deporte. No obstante, tiempo después, incluso posterior al de la trasmisión de versiones distintas de la serie, comenzaron a hacerse comunes varios rumores en torno a la historia que realmente encubría la caricatura; específicamente en lo referente a un supuesto final nada esperanzador para el infantil auditorio:

Oliver disputa el partido de la final de la Copa del Mundo: Brasil v/s Japón. Algo bastante posible dentro de la historia. Lo siniestro es que luego de que Oliver mete el último gol – que le da el triunfo a su país – despierta en un hospital diciéndole a su madre que había ganado el Mundial (recordemos que una parte de la aventura en Supercampeones son recuerdos de Oliver ganando partidos mientras está en una sala de urgencias).
Luego de esto, una imagen muestra a Oliver abrazándola de felicidad, pero, el detalle, es que él no tiene piernas: las perdió cuando era un niño y, entonces, recién estaría despertado del coma tras el accidente. Todo lo que ocurrió en la saga Supercampeones, es solo una realidad que Atom imaginó. (Creepypasta Wiky, ¿?).

No es mi intención debatir sobre la veracidad de este mito (en el sentido más respetuoso del término), sino hablar sobre las implicaciones psicológicas que aparecen en torno al tema.
En el primer capítulo de la serie titulado El desafío (2012) conocemos a Óliver y a su madre. Se sabe que el padre es un Capitán marino que, por su trabajo, está fuera de casa por períodos prolongados. Hablemos primero de la relación madre-hijo. Los primeros segundos de la serie hacen evidente la distancia (a nivel psíquico) entre Óliver y su madre. Las primeras palabras de la serie surgen de la madre y se dirigen a su hijo: “Óliver, ya nos vamos. ¡Baja!”, un mensaje destinado a incluir al otro. La escena inmediata nos muestra a un Óliver autístico (que no autista): solo, ensimismado y silencioso. Mira una imagen del último campeón de un Mundial mientras tiene bajo el pie un balón de futbol. Esta condición autística se confirma con las que serán las primeras palabras del protagonista en toda la serie: “Yo seré campeón del mundo algún día”. Es decir, la madre lanza un mensaje que pretende incluir al hijo, y Óliver responde con uno que no incluye a nadie más que a él. Inmediatamente, la madre vuelve a intentarlo: “¡Óliver, el camión está a punto de irse!”, pero el infante en lugar de responder a la madre que le habla, habla a su vez con su balón (objeto que no le habla ni le escucha): “¡Vamos balón, vuela!”. Partiendo de esta escena, podemos presumir que Óliver está regido por su propia ley: ante la instrucción de la madre, él parece identificarse con la labor gobernante (del padre que no está) y hace suyo el mandato para dirigirlo, finalmente, a otro que no puede oponerse ni rebelarse como él sí lo hace con la madre. Dicho de otro modo: Óliver no está dispuesto a ser gobernado, prefiere ser él quien gobierna sobre otro que no se rebela. Llegamos con esto a un detalle de la configuración familiar de Óliver: el padre no está.

Sabemos que la estructura psíquica encargada de oponerse a las pulsiones es el superyó; y si hubiera que explicarlo sencillamente, diríamos que el superyó es el representante, en el mundo interno, de las normas morales y culturales. El representante externo de estas normas, y que cumple su función opositora del goce durante el período que va de los tres a los cinco o seis primeros años de la vida, es el padre. El superyó es, pues, la ley del padre que uno mismo se impone. En Óliver no existe la ley del padre, sólo existe su propia ley. La función básica de la ley del padre es la adaptación, la inmersión soportable a una realidad que siempre frustra el goce.


Óliver no está dispuesto a soportar la frustración del goce, y de ahí el nombre el primer capítulo, El desafío. Óliver desafía a la realidad, a la madre, desafía a Benji Price (el mejor portero y por cierto mayor en edad que él y por quien evidencia la franca emocional ambivalente edípica: admiración por él y deseo de desafiarlo), y con éllo desafía permanentemente al padre.

Continuamos el próximo jueves.


Psic. Juan José Ricárdez. 

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