jueves, 28 de marzo de 2013

La palabra nos habla

La “cura por la palabra” fue uno de los primeros nombres que le psicoanálisis tuvo. Fue Breuer, un amigo paternal de Freud, quien eligió este término para la técnica terapéutica que había comenzado a practicar con sus pacientes neuróticas; específicamente con Anna O.
Freud nunca quitó el mérito de estos dubitativos pero determinantes comienzos de la ciencia (que él terminaría desarrollando) a su amigo. No obstante, la trascendencia de la “cura por la palabra” va más allá del psicoanálisis; y es que, finalmente, ese método, el de “hablar” sobre los males que nos aquejan, es la base de toda psicoterapia seria.
Pero lo que Freud descubriría, y dejaría explicado en Psicopatología de la vida cotidiana, es que el paciente no habla de su síntoma, como afirmaba Breuer, sino que el paciente es hablado por el lenguaje permanentemente.
La importancia de esta conclusión trastoca la añorada omnipotencia humana. Uno podría pensar que sólo en el lapsus se revela el Inconsciente que nos mueve; pero no, el Inconsciente está ahí en todo momento, abriéndose paso entre las palabras (o entre la palabra) para comunicar algo, soslayando los límites gramaticales y ortográficos; corroborando que la locura y la cordura son núcleos indisociables del psiquismo humano.
“En política Forma es Fondo” dicen, en psicología no. Uno cree que dice algo, cree que habla; pero no tenemos idea de lo que se está moviendo.
Una paciente, tras llegar bastante tarde a la sesión, comenzó diciendo “no sé de qué hablar”. Finalmente, eligió para arrancar el tema de su perro grande y viejo. Era evidente la ansiedad al contar la tristeza que le producía el hecho de que su mamá la obligara a dar en adopción a su perro porque, según decía la madre, “él era muy maleducado y ya no lo aguantaba”. La paciente no quería que se fuera, pero la madre no admitía negociación. En estricta asociación libre, durante el mismo discurso, pero varios minutos después, terminó hablando de cómo sus padres “peleaban siempre” cuando ella era niña, y cómo finalmente el padre tuvo que irse de la casa; dejándole a ella la sensación de culpabilidad por no haber hecho algo para que se quedara, por no haber mediado lo suficiente entre sus padres; además de un “coraje” hacia la madre porque, por su culpa, “él” había tenido que irse.

Hasta el próximo jueves.

Psic. Juan José Ricárdez López.

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